Los tontos útiles

ABC 29/08/16
GUY SORMAN

· Desde los horribles atentados cometidos en Bélgica, en Alemania y en Francia, los europeos, que hacía años que ya no iban a misa, descubren repentinamente que son muy cristianos y sospechan que todos los que no lo son son yihadistas en potencia

Alos lectores que ignoren la expresión «tontos útiles» les recordaré que le sirvió a Lenin para designar a los adversarios del comunismo que, por inadvertencia, le hacían un favor, como por ejemplo los intelectuales «compañeros de ruta» en Europa y los empresarios capitalistas que le vendían trigo a una Unión Soviética hambrienta. Como todo es comparable y nada lo es del todo, me parece que esta expresión leninista aclara en estos momentos algunas reacciones occidentales frente a los atentados yihadistas. Muchos de nuestros políticos y analistas han iniciado una escalada bélica y metafórica de la que se deduce, al escucharles, que Occidente ha iniciado una especie de Tercera Guerra Mundial contra el islamismo. Estos aficionados a los galimatías nos instan a una movilización general contra un enemigo imperceptible y denuncian la existencia de «quintas columnas» de yihadistas del interior a los que, sin duda, deberíamos identificar por sus facciones o por el traje de baño integral, llamado «burkini», que llevan sus mujeres en la playa. A tenor de las nuevas normas promulgadas por algunos alcaldes franceses en la orilla del Mediterráneo, mostrarse con los senos desnudos es republicano, pero esconder el cuerpo, como hacían nuestras abuelas en la playa, es una provocación, casi un acto de guerra.

El yihadismo «La Tercera Guerra Mundial, que no es una guerra, solo puede ganarse en nuestras periferias y en nuestras mentes, no con baladronadas llenas de odio»

Intentemos ponernos por un momento en la piel de esos millones de musulmanes, turcos, árabes o bangladesíes, que viven en Europa y en EE.UU. desde hace varias generaciones y que, en general, solo aspiran a tener tranquilidad. Su vida cotidiana se convierte en un infierno; la discriminación contra ellos es un hecho permanente, en el colegio, en la asignación de viviendas sociales y en el trabajo. A poco que estos musulmanes –a los que se hizo venir en una época en la que nuestra industria necesitaba mano de obra– se aventuren a practicar su religión, tienen escasas probabilidades de encontrar una mezquita decente en su barrio o un imán cualificado. Antes de demonizarlos colectivamente, esforcémonos por solidarizarnos con ellos, ya que ellos también son víctimas del yihadismo. Los yihadistas autoproclamados del mundo matan a más musulmanes que a no musulmanes.

Pero desde los horribles atentados cometidos en Bélgica, en Alemania y en Francia, los europeos, que hacía años que ya no iban a misa, descubren repentinamente que son muy cristianos y sospechan que todos los que no lo son son yihadistas en potencia. Pues bien, es exactamente lo que desean los auténticos yihadistas: que se piense que son más importantes y numerosos de lo que son y obligar a los europeos a declararse cristianos e islamófobos. El tonto útil es precisamente aquel que cae en esta burda trampa, aquel que no quiere oír que los terroristas son, en realidad, un puñado de delincuentes desequilibrados en busca de legitimidad. El tonto útil ve yihadistas por todas partes, lo que le evita tener que reflexionar sobre las causas profundas del terrorismo supuestamente islámico.

Porque no hay una Tercera Guerra Mundial. Si hay una guerra, es la que enfrenta entre ellas, en Oriente Próximo y en el norte de África, a unas tribus que luchan desde hace 1.000 años por el control de La Meca y, más recientemente, de los pozos de petróleo. En estos conflictos, los occidentales son solo unos refuerzos, enfangados desde la invasión de Irak en 2003, y que ya no saben por quién tomar partido. Más bien nos tendríamos que preguntar de dónde surgen estos delincuentes terroristas que, en Europa, asesinan al grito de «Allah Akbar», lo único que saben decir en árabe, haciendo caso omiso de todo lo demás de la religión que dicen profesar. Estos yihadistas de la periferia no son de Siria, de Irak o de Libia, sino de nuestros países. No son un producto de las escuelas coránicas, sino unos «colgados» creados por el desempleo hereditario, unas escuelas republicanas destartaladas y una viviendas sociales indecentes; pocas veces son religiosos al principio, y solo se vuelven religiosos y se radicalizan para distinguirse en nuestras sociedades en las que el islam se ha convertido en el mal, como en la época de las Cruzadas. El tonto útil se niega a ver esto, lo que le obligaría a reflexionar sobre nuestra incapacidad para integrar a millones entre nosotros que son, nos guste o no, nuestros conciudadanos.

Existen soluciones, que serían más eficaces que obligar a los militares a patrullar por las calles de París o de Niza. Exigirían sangre fría, reflexión y continuidad, como por ejemplo, liberalizar el acceso al mercado laboral para que cada uno encuentre un empleo; reconocer que nuestras culturas son mestizas en vez de excluir de ellas la diversidad; aceptar la construcción de mezquitas; establecer cupos de acceso a la Administración pública –especialmente en la policía– como en EE.UU. (affirmative action o discriminación positiva); sancionar todas las discriminaciones; y respetar todas las diferencias. La Tercera Guerra Mundial, que no es una guerra, solo puede ganarse en nuestras periferias y en nuestras mentes, no con baladronadas llenas de odio para consumo político interno e inútilmente agresivas en el exterior.

Sin duda, la emoción es todavía demasiado intensa para que se oiga un discurso de la razón y, por desgracia, parece que es más fácil comportarse como un tonto útil y un bombero pirómano. Los yihadistas ganan cuando nuestra apatía aumenta.