Javier Zarzalejos-El Correo
- La crisis demográfica va a marcar la evolución de las sociedades de la UE
España sigue siendo uno de los países con más sentimiento europeísta de la UE. Los discursos euroescépticos o directamente eurófobos no han prendido, aunque los populismos de derecha e izquierda hayan querido seguir la senda de sus referentes europeos para sacar rédito del desgaste que supuso la crisis financiera, las tensiones migratorias o los débiles liderazgos. La Unión Europea, Europa, ha dado una respuesta más que satisfactoria a las expectativas que generó la Transición como vía de reintegración en el escenario democrático compartido, ha impulsado nuestra economía y en los últimos tiempos ha demostrado ser esencial para la superación de una sucesión de crisis -pandemia, Ucrania…- con una gravosa factura económica y social.
Sin embargo, esta buena historia del proyecto de integración europea se encuentra en una coyuntura decisiva. Se podrá argumentar que la Unión ha llegado, afortunadamente, a un punto de no retorno. Con ser eso cierto, también lo es que la cuestión es cómo avanza porque no basta con no retroceder. El avance, en este caso, no consiste en aumentar exponencialmente el peso de las regulaciones, sino en poner en marcha estrategias, reformas, concertación, perfeccionamiento institucional y proyectar en el largo plazo, con sentido histórico, lo que queremos que sea la Unión.
El primer desafío es la definición del papel de Europa en el mundo. En medio de la rivalidad estructural entre Estados Unidos y China, la Unión ha descubierto que está sometida a amenazas muy graves y que su tradicional confianza en el ‘poder blando’ que ha ejercido no es suficiente para garantizar su seguridad y la proyección de sus intereses. La invasión de Ucrania es la cara de un logro de concertación y unidad que parecía muy difícil de alcanzar. El renovado conflicto en Oriente Medio, con implicaciones tan preocupantes como la de Irán, representa la cruz. Es difícil imaginar que las cosas van a mejorar a medio plazo. Bien al contrario, un segundo mandato de Donald Trump en la Casa Blanca puede tener una capacidad disruptiva de las relaciones con Europa y del nuevo escenario de seguridad que no invita al optimismo.
En segundo lugar, Europa debe generar condiciones renovadas para el crecimiento, el empleo y la competitividad. Venimos de años de intensa intervención, regulación y recurso a la deuda. Al mismo tiempo, la necesidad de alcanzar mayores niveles de resiliencia y la ambición en los objetivos medioambientales, junto con políticas de competencia desfasadas, están afectando a la potencia competitiva de Europa, incluida la innovación. Sin crecimiento sostenido y empleo de calidad no habrá manera de sostener en el tiempo un modelo de bienestar al que la evolución demográfica va a someter a tensiones crecientes.
En tercer lugar -sin que eso suponga jerarquización de prioridades-, la Unión Europea tiene que consolidarse como el gran espacio democrático de libertades frente a las amenazas que pesan sobre el Estado de Derecho. Vivimos tiempos en que lo iliberal gana terreno. No basta con mirar a los sospechosos habituales, como Hungría y hasta ahora Polonia. La Eslovaquia del primer ministro -socialista- Fico asoma como un nuevo frente y el deslizamiento hacia el deterioro institucional que experimenta nuestro país, resumido en la proposición de ley de amnistía, van a ser motivos de preocupación ante los que las instituciones europeas deben reaccionar. En el futuro inmediato, las opciones de poder de Le Pen en Francia y el ascenso de la ultraderecha alemana abren graves interrogantes.
Finalmente, la crisis demográfica es con seguridad el factor que va a marcar la evolución de las sociedades europeas. La evolución de todos los indicadores revela un gran éxito social -la longevidad que alcanzan los europeos- y un desafío económico no menos serio. No solo es la sostenibilidad del modelo de bienestar si no somos capaces de asegurar un crecimiento sostenido y suficiente. Afecta decisivamente a cómo afrontamos la inmigración cuando el mercado de trabajo no es capaz de asegurar el reemplazo generacional en muchos sectores, aun sabiendo que la inmigración no puede por sí misma compensar la falta de dinamismo demográfico. Unas sociedades envejecidas son menos proclives a la innovación, más sensibles a los populismos proteccionistas, tendentes a eludir el conflicto y mas susceptibles a los discursos del miedo.
La agenda europea es casi la de una refundación de la Unión. No sería la primera vez que la UE lo hace con éxito. Tendrá que volverlo a hacer.