Rubén Amón-El Confidencial
El fracaso de Tsunami Democràtic y la pérdida de tensión de la calle no contradice la radicalidad de Torra, Puigdemont y ERC, aunque Sánchez persiste en el camino temerario
La pelea entre los CDR y los Boixos Nois en los aledaños del Camp Nou representa mejor que ninguna otra escena el fracaso del soberanismo ‘borroka’. No vengáis a jodernos el fútbol, reivindicaban los ultras del Barça. El Real Madrid es el enemigo absoluto, mucho más que el Estado opresor y que el Supremo, de tal forma que el Tsunami Democràtic se consumió en un modesto ‘txirimiri’. Terminó aguándose la dramaturgia de la gran protesta internacional: 650 millones de personas no vieron otra cosa que un partido de fútbol y un remoto lanzamiento de balones amarillos que las cámaras censuraron a la audiencia planetaria.
Es la perspectiva desde la que puede celebrarse o verificarse la agonía del ‘hooliganismo indepe’. La Navidad ha establecido una tregua cuya lealtad a las tradiciones demuestra el aburguesamiento del activismo. La violencia ha deteriorado la impoluta imagen internacional del soberanismo, lo ha despojado de las flores y de su coreografía parroquial, aunque el problema no es el fanatismo del pasamontañas, sino la radicalidad que se ha normalizado en las instituciones, los partidos y los líderes homologados.
El Congreso del sábado no solo establece el objetivo absoluto de autodeterminación, sino que amenaza con la unilateralidad en caso de que el PSOE no condescienda con la fórmula dialogada y no se avenga a transigir con el marco de una mesa negociadora entre estados. Necesita Esquerra presumir de musculatura. No ya para denunciar la injusticia del encarcelamiento de Junqueras y para subir el precio de la factura a los socialistas, sino para rivalizar con Puigdemont en el discurso de la ortodoxia, más todavía si terminan convocándose unas elecciones anticipadas que plebisciten a medida el regreso del mártir desterrado.
Barcelona se ha desmovilizado. Se ha desnutrido la batalla campal en la calle, pero se ha radicalizado el discurso de políticos y parlamentarios
Las calles de Barcelona se han desmovilizado. Se ha desnutrido la batalla campal, pero se ha radicalizado el discurso de los interlocutores políticos y parlamentarios. No cabe ejemplo más estremecedor que la interpretación de Aragonès (ERC) de la sentencia del TJUE. Tanto abominaba el Supremo como ridiculizaba la Justicia española y le exigía a Sánchez profanar la separación de poderes. Los ‘hooligans del soberanismo’ no llevan pasamontañas, llevan corbata.
Y si no la llevan, como Junqueras, se jactan de chantajear a Pedro Sánchez desde la celda de una cárcel. El mínimo pudor institucional o la mera decencia hubieran exigido al presidente del Gobierno el pasado jueves neutralizar los acuerdos con ERC. ¿Cómo puede negociarse con un partido que reniega de la Constitución, de la monarquía parlamentaria y de la Justicia española? ¿Qué grado de temeridad explica que Sánchez haya renunciado a los partidos constitucionalistas para humillarse con el inhabilitado Torra y el presidiario Junqueras? Las posiciones ultras de Esquerra y la versión que Aragonès hizo sobre el dictamen europeo tendrían que haber excluido cualquier camino de entendimiento. Pero sigue abierta la vía, permanece verosímil el pacto de investidura. Y si no termina habiéndolo será porque ERC no lo quiere, no porque Sánchez vaya a capitular de su ‘narcicesarismo’.