EL MUNDO 30/01/14
ARCADI ESPADA
Es fama y razón que la democracia ha vencido a ETA. Por desgracia eso no quiere decir que ETA no haya vencido a muchos españoles. En primer lugar, los españoles a los que asesinó, durante el terrorismo más vil, inmoral y caprichoso del siglo XX. Ahora, muerta ya, ETA sigue anotándose algunas insospechadas victorias simbólicas. Este partido Vox y aledaños, por ejemplo, basado en una ETA que ya no existe.
Entre las razones que han hecho de parte de la izquierda española una caverna desolada de inteligencia está su febril convencimiento de que la Guerra Civil aún puede ganarse. Análogamente hay quien en el fondo de su errado corazón cree que es posible levantar a los muertos y devolver la dignidad a los treinta últimos años vascos. No. Al pasado no se le puede aplicar la pena capital. Ni la cadena perpetua. Ni siquiera la doctrina Parot. El pasado seguirá indemne y nada volverá. Hay un Ortega Lara que quedó en el zulo y que ahora no puede hacer política.
Por contraste hay un combate que la democracia española no ha ganado y es el que debe librar contra el nacionalismo. La primera batalla perdida, por cierto, fue la legitimación del oxímoron nacionalismo democrático. Una victoria colateral de ETA. Se le llamaba democrático para distinguirlo del violento: sólo se le tendría que haber llamado pacífico. Una de esas sutilezas que acabaron levantando montañas inabordables de bullshit, caca informe de sentido.
Por lo tanto esas gentes de Vox y aledaños harían bien en dirigir su acción contra los enemigos reales de la democracia: los 300.000 vascos que justifican con su voto los crímenes de ETA, por ejemplo. O contra ese gobierno catalán que quiere impedir el ejercicio de la democracia a todos los españoles. Mientras toda la acción del nuevo partido se limite a dirigir víricos apotegmas contra el gobierno de la nación (que no ha dejado de cumplir con la ley en su gestión del posterrorismo, virtud aún más encomiable y hasta milagrosa si se piensa que al frente del Ministerio del Interior hay un hombre que no está en sus cabales), se extenderá sobre Vox y aledaños la insidiosa sospecha de que es el instrumento de un mero ajuste de cuentas populares. Lo que sabiendo que sus consignas viajan sobre un eco de héroes y tumbas no dejaría de ser francamente desmoralizador.