JOSÉ MIGUEL DE ELÍAS -El Mundo
Según el autor, las elecciones del 28-A han demostrado que los españoles ya no mantienen lealtad a las siglas políticas y que la sociedad está polarizada y dividida en dos bloques ideológicos.
UNO DE LOS elementos más interesantes de la demoscopia electoral es poder analizar los trasvases de votos que se han producido entre los partidos de una a otra convocatoria, una vez concluidas las elecciones. Así, las estimaciones que hemos realizado desde Sigma Dos nos dicen que el PP perdió un total de tres millones de votantes por ambos flancos: algo más de un millón y medio por su derecha (hacia Vox), y algo menos de esa cifra por su izquierda (hacia Cs). En el caso del flanco izquierdo esta cifra se suma al más de un millón y medio que perdió ya en 2015, por lo que el saldo global de votantes populares que se han hecho ciudadanos desde 2015 ronda los tres millones
Por otro lado, si en 2015 casi un millón y medio de votantes socialistas se fueron a Podemos, en estas elecciones el partido del presidente Sánchez ha logrado recuperar a más de un millón cien mil de estos votantes.
Por supuesto, otros muchos desplazamientos de voto menores se han producido entre partidos en uno y otro sentido. Los españoles están demostrando en las últimas convocatorias electorales que ningún partido puede presumir de tener un colectivo estable de votos. En esta modernidad líquida en la que nos hallamos inmersos, los votantes cada vez más se sienten menos ligados de forma permanente a un partido político. No es una característica exclusiva de la política: las lealtades y los vínculos que unían de manera estable a las personas con sus marcas preferidas, con su trabajo, y hasta con sus entornos sociales, se han ablandado y flexibilizado. Cabe señalar que la impresión de este carácter líquido de nuestras sociedades se ve alterado por el espejismo inducido que pueden generar las redes sociales: una y otra vez vemos cómo, al menos en el campo político, los candidatos que ganan en aumento de seguidores o interactividad (como señalaba nuestro tracking digital de Sigma Dos), luego quedan en quinto lugar en voto real… Fue el caso de Vox.
Otra característica observada en estas elecciones generales, y algo muy habitual en los países de nuestro entorno, es la división de la sociedad en dos partes prácticamente iguales, fruto de la polarización que experimenta Occidente desde la crisis de 2008.
De la misma manera que en las elecciones americanas, ganadas por Donald Trump con dos millones de votos menos que la candidata demócrata, o en la votación sobre el Brexit, donde los británicos aprobaron su salida de Europa por un exiguo 51,9% frente a un 48,1%, también en España la sociedad se ha mostrado dividida casi al cincuenta por ciento: quienes apostaban por sacar a Pedro Sánchez de La Moncloa, votantes del PP, Ciudadanos y Vox, han conseguido 11,2 millones de votos, por otros 11,2 millones de ciudadanos que han votado por que se mantuviera en La Moncloa votando al PSOE, Unidas Podemos o sus confluencias. Ello debe también funcionar como una llamada a la prudencia a la hora de analizar los resultados electorales: ni España era azul en 2011 ni se ha teñido de rojo hoy. Es la traducción de ese número similar de votos en una mayor representación parlamentaria para el grupo ganador lo que permitirá a Pedro Sánchez ser el gestor protagonista del futuro español.
Pero en España también tenemos características particulares, como son la existencia de unas importantes fuerzas nacionalistas, implantadas fundamentalmente en Cataluña y País Vasco, y que dada la igualdad entre los dos bloques, serán decisivas en el devenir político. De hecho, con respecto al Congreso anterior, las fuerzas secesionistas catalanas han aumentado de 17 a 22 escaños, el PNV de 5 a 6, EH Bildu de 2 a 4 y entre los regionalistas o nacionalistas moderados, CC pasa de 1 a 2 escaños y el PRC de Revilla obtiene por primera vez un diputado. Luego también los nacionalistas se han sentido muy concernidos en estas elecciones y han reaccionado movilizándose al máximo.
En una investigación realizada por Sigma Dos preguntamos a los españoles qué era más importante para ellos a la hora de decidir su voto, si la economía y todo lo relacionado con ella, o la situación catalana. Cerca del 60% señaló la economía; los que lo hicieron por la cuestión catalana no llegaban al 30%.
SIN EMBARGO, el debate político dominante en la campaña electoral ha girado en torno a cómo abordar la cuestión catalana y ha determinado de forma decisiva el resultado electoral. La elección de temas –la agenda– es una de las áreas en las que los asesores, las nuevas estrellas emergentes y con nombre propio de la política española, según el modelo importado de Estados Unidos, más influyen a sus clientes. En este sentido cabe resaltar que, a pesar de los posibles consejos de Steve Bannon a Vox en relación a introducir temas como el antifeminismo, la inmigración o la posesión de armas, el 10,3% de voto a Vox (pronosticado con exactitud por Sigma Dos en la última encuesta publicada en EL MUNDO, y también, por cierto, por el CIS dirigido por José Félix Tezanos) ha tenido también, como razón principal, Cataluña. En un momento de aparente estabilidad económica, Cataluña se imponía como el principal problema político español. Un problema con gran capacidad de movilización dada su carga identitaria y emocional, y por afectar al núcleo central de nuestro pacto de convivencia, a nuestra razón de ser como país.
Dirimido en las generales electoralmente este dilema político –desinflamación del conflicto o mano dura contra el independentismo–, en las autonómicas y municipales, los españoles podrán centrarse en aquello que más les preocupa: la economía y los problemas cotidianos. Cuestiones que, por otra parte, y en gran medida, son gestionadas desde los ámbitos autonómico y local.
En este sentido parece plausible que los votantes busquen en los diferentes partidos –al margen de la postura que tengan ante el tema catalán– las mejores propuestas para asegurar los servicios de la sociedad del bienestar, como son el crecimiento y la creación de empleo, la educación, la sanidad, el cuidado de los mayores, etc.
Lo que no sabemos es si en tan poco tiempo los partidos serán capaces de cambiar el registro y hacer llegar sus posiciones en estos temas a los votantes. Y en cualquier caso, tendrán que recordar algo importante: la gran mayoría de los electores ya no se sienten hinchas de ningún partido. Cada autonomía y cada municipio jugará ahora su propio partido sin la tutela catalana.
José Miguel de Elías es director de Investigación y Análisis de Sigma Dos.