Los zapatos de Suárez

JUAN CARLOS GIRAUTA, ABC 23/03/14

· Constitución legítima «Es una infamia, o un rebuzno, afirmar que la Transición no parió una Constitución legítima».

La Constitución del 78 fue aprobada con un 88,54% de voto afirmativo en el conjunto de España, obteniendo en Cataluña un resultado superior a la media: 90,46% de sufragios favorables frente a 4,61% de sufragios adversos. Los especialistas oponen críticas de carácter técnico al texto, y algunos tienen razón. Pero lo mismo cabe decir de todas las constituciones del mundo. Me ciño a las que son dignas de tal nombre: las que coronan el ordenamiento jurídico de un Estado de Derecho, lo que comporta el reconocimiento de una serie de derechos y libertades ciudadanas, la previsión de mecanismos capaces de garantizar aquellos que resultan exigibles ante el Estado, el imperio de la Ley, la división de poderes, un consenso sustancial entre las distintas fuerzas políticas durante el proceso constituyente, la previa legalización de dichas fuerzas políticas, con la única exclusión de las que quedarían descartadas en cualquier otro estado de Derecho del mundo.

Que al año de morir Franco alcanzara ya la presidencia del gobierno Adolfo Suárez, y que llegara ahí por voluntad del nuevo jefe del Estado, que ambos se comprometieran con la pronta materialización de las condiciones que iban a hacer posible la Constitución, que todo eso se canalizara «de la ley a la ley», sin procesos revolucionarios, y pasando por la auto disolución del Régimen por las propias Cortes franquistas es un caso admirable, raro, providencial.

Se necesitó la disposición realista al diálogo y al acuerdo de sectores que parecían irreconciliables. Solo la reciente labor destructiva de la etapa Zapatero, Adán y Narciso en uno, empeñado en reabrir heridas y despertar rencores largamente dormidos (con la consiguiente reacción de «los otros» y de los que no son de nadie pero no admiten el uso bastardo de la historia) ha despistado a los menos atentos, engañado a los más jóvenes o provisto de seudoideas a una izquierda que se había quedado sin ellas.

Es una infamia, o un rebuzno, afirmar que la Transición no parió una Constitución legítima (ergo tampoco un auténtico Estado de Derecho). En ese lugar obsceno se ha instalado una parte no desdeñable de la izquierda española. También el nacionalismo periférico. Entre los mensajes intelectualmente contaminantes que recibe el catalán medio está ese. «Yo no voté la Constitución» hacen decir partidos bastante curtiditos a sus jóvenes. Se suman al coro los mayores: Cataluña tiene derecho a declararse independiente (eso es el «derecho a decidir») diga lo que diga la Constitución. Y como no parece demasiado aseado ir por el mundo usando la norma Suprema de una democracia perfectamente homologable como papel higiénico, la solución del separatista solo puede ser esta: en realidad España no es una democracia. Andan ahora mismo difundiendo una campañita tal por las redes sociales. España no sería una democracia por una razón principal: la Carta Magna se elaboró con «ruido de sables».

Nadie que sostenga esa teoría, o que la alimente (Artur Mas y su círculo) debería osar estos días el esbozo de hagiografías de Suárez. Callad al menos. Yo comprendo que se imaginen a sí mismos gobernando en un ambiente como el del 76, 77, 78… y que solo piensen en el ruido y hasta en el silencio de los sables. Se llama cobardía. Ellos aprovechan las garantías de un Estado democrático para romperlo. Ellos bravuconean porque se saben en un Estado libre. Si hubieran tenido que calzarse los zapatos de Adolfo Suárez, habrían huido, se habrían manchado, habrían seguido sin meterse en política, que es lo que hacía Artur Mas en dictadura. Hoy no habría democracia. Ay esos zapatos.

JUAN CARLOS GIRAUTA, ABC 23/03/14