Pablo Manuel Iglesias Turrión acostumbra a echar los lunes al sol, por decirlo con frase que llevó a película Fernando León de Aranoa. No es que trabaje más el resto de la semana en la que se tumba en el sofá a hacer seguimiento de las series que le interesan. Según el cálculo de Economía Digital, de los seis lunes que llevamos desde Año nuevo, no ha trabajado ninguno. El año 2021 ha consumido 39 días en este fin de semana, de los cuales solo ha currado nueve. Por decirlo de manera más precisa, la agenda oficial del Gobierno que Moncloa pone a disposición de los medios, solo ha registrado alguna actividad del vicepresidente nueve jornadas en lo que llevamos de año y ha dedicado a la holganza el 77% de los días. La tuitera De Pano resumía con eficacia la viceactitud: “Iglesias es un gandul de siete suelas”. En el franquismo quizá le habrían aplicado la Ley de Vagos y Maleantes, que, por cierto, fue hallazgo de la República, siendo su principal impulsor Luis Jiménez de Asúa, gran penalista republicano y socialista. El pueblo llano la llamaba ‘la gandula’.
Holgar el 77% no está mal, aunque exceda considerablemente los límites de la semana laboral de cuatro días que se proponía su antiguo socio Errejón, para cuya exploración le ha prometido 50 millones de euros la vicepresidenta primera del desastre. Pablo Manuel, mientras, prosigue en sus esfuerzos para sacar la cabecita fuera del abrazo socialista al que le somete el sanchismo en el Gobierno. Abrazo aristocrático habría que llamarlo si no fuese porque él se ha convertido en marqués de Galapagar y porque el sintagma lo acuñó Alfonso Guerra en aquellos primeros tiempos del felipismo gobernante, cuando los socialistas cambiaron la pana por el raso de las chicas bien y lo llamaba así porque “seduce y a la vez ahoga”.
Los podemitas intentaban marcar paquete ante sus socios mediante la despenalización de los delitos de libertad de expresión, cuando el PSOE les ha tomado la delantera en la defensa del rapero Pablo Hasel, anunciando la revisión de estos delitos. Esta es una señal de quién lleva la voz cantante en el Gobierno. El marqués dijo que “no beneficia a la imagen de España que alguien pueda acabar en prisión por cantar, diga lo que diga en sus canciones”. Hay que comprenderlo; él mismo ha contado que su padre el frapero lo arrullaba con tiernas nanas de su banda en las que Juan Carlos, debajo de un colchón preguntaba: “¿De quién son esas voces que en la calle se oyen gritar? ¿Son acaso los del FRAP que me quieren degollar?” Estas cositas y la prisión, muy atenuada como podemos comprobar en esta campaña, de los golpistas catalanes, han llevado al macho alfalfa de Podemos a cuestionar la democracia española, contra la pudorosa reivindicación de la misma por nuestra ministra de Exteriores ante su homólogo ruso Sergei Lavrov. Claro que entre el Gobierno que vicepreside y Putin, Iglesias prefiere Putin; entre Sánchez y Maduro o Rohaní, prefiere a estos dos. La discapacitada oral que ejerce de portavoz del Gobierno dijo que nadie había citado el tema en el Consejo de Ministros y que había que interpretarlo “en el contexto de la campaña electoral”. Iglesias dejó muy claro en su entrevista que hablaba “como vicepresidente del Gobierno”, no como líder de Podemos. En algo sí tiene razón: Un gobierno que le tiene a él en la cabeza y que preside el tipo que lo nombró no es normal en absoluto.