Del Blog de Santiago González
San Juan de Luz en el País Vasco-francés, también llamado Euskadi Norte o Iparralde, y Perpiñán, capital del Rosellón o de los Pirineos Orientales, se convirtieron en lugares de peregrinación durante el bajofranquismo para miles de españoles que pasaban la frontera para ver ‘El último tango en París’.
En San Juan de Luz encontraron la muerte en 1973 José Humberto Fouz, Jorge Juan Gª Carneiro y Fernando Quiroga, tres jóvenes gallegos que iban al cine y fueron secuestrados y asesinados por una banda que los tomó por policías.
Perpiñán fue el lugar en el que Josu Ternera y Mikel Antza quedaron a almorzar en enero de 2004 con Carod-Rovira, entonces conseller en cap de Maragall. ¿Y qué comieron si puede saberse?¿escudella i carn d’olla, mongetes amb butifarra? Nada de eso: una genuina paella española, creo recordar que de marisco.
“Hemos entrado en Cataluña”, decía el prófugo en el mitin del sábado, pero ellos mismos no estaban seguros del terreno que pisaban. Incomprensiblemente, los ardorosos independentistas hacían cola ante una churrería que exponía su mercancía con letras rojas sobre fondo amarillo: “Churros. Spécialité espagnole”. Qué le vamos a hacer, desencuentros geográficos del populismo. Y no solo en el plano culinario. El número indeterminado de asistentes al festejo de Perpiñán (entre los 45.000 de Dolça Catalunya hasta los 200.000 que les adjudicaba generosamente el diario nacionalista Deia), mayoritariamente de Junts pel Cat gritaban ‘Unidad’ como un solo hombre (y una sola mujer). Sin embargo cuando el preso Oriol Junqueras intervino en el mitin a través de un video, la mayor parte de los asistentes empezó a abuchearlo en cuanto oyó su voz.
El nacionalismo es un animal cainita que se alimenta de sus propios socios, esto no es de ahora. José Montilla, el sucesor de Maragall en la Generalidad, fue abucheado y corrido a barretinazos de la manifestación que él mismo había convocado en julio de 2010 para protestar por el fallo del Constitucional contra el Estatut, a los gritos de ‘traïdor’, ‘botifler’ y ‘volem un altre president’.
Montilla era uno de ellos. Como Junqueras era uno de los de Puigdemont. Como los hermanos Maragall. Tengo yo para no olvidar los brincos jubilosos de Pasqual en el Palau Sant Jordi el 13 de noviembre de 2003, cuando Zapatero hizo la promesa majadera con la que empezó todo: “Apoyaré la reforma del Estatuto que apruebe el Parlamento de Cataluña”. Un mes más tarde firmaban todos en alegre algarabía uno de los documentos más infames y excluyentes de la democracia española, el Pacto del Tinell, comparable al acuerdo que el PNV y EA firmaron con la banda terrorista en el pórtico del Pacto de Estella.
Aquel Estatut fue un empeño de Maragall que nadie reclamaba, ni siquiera Pujol que para aprobar los presupuestos a cualquiera de los dos partidos partidos nacionales, le bastaba poner el cazo a la manera del capitán Renault en ‘Casablanca’. El PSC está en el origen de todo. Es al partido de los socialistas catalanes a quien habría que aplicar la Ley de Partidos. Puigdemont triunfó el sábado en Perpiñán con una película clasificada ‘x’, con la presencia estelar de Clara Ponsatí, la violencia y la burricie y Antoni Comín. El Gobierno español no se dio por aludido. Ni el partido que lo sustenta. Ni el Gobierno francés. Quedan lejos tiempos en que el recién designado delegado del Gobierno en Euskadi, Ramón Jáuregui, hizo traducir al francés el Estatuto de Guernica para enviárselo a los alcaldes del PSF, que ya entonces eran tan comprensivos como el de Perpiñán, e invitarles a que lo comparasen con el nivel autonómico del País vasco-francés.