Ignacio Camacho-ABC
El viejo método de señalamiento jacobino: todo el que no muestre suficiente compromiso radical se convierte en enemigo
Cuando Pedro Sánchez decidió que conciliar el sueño no era tan importante cuando estaba el poder en juego, algunos socialistas pensaron que el pacto con Podemos les permitiría aparecer como el partido de Estado responsable y serio que establecería las líneas maestras del Gobierno. Ingenuos: la moderación cotiza a la baja en estos tiempos y el propio presidente está encantado de que los comunistas dejen su sello en el Gabinete para que se sientan satisfechos de un peso específico que rebasa el que corresponde a sus ministerios. Es el «efecto huésped» que tiene estupefactos a algunos miembros del Consejo, sorprendidos de ver cómo Iglesias actúa, en la práctica y con la anuencia de La Moncloa, como vicepresidente primero mientras el
teórico núcleo duro sanchista queda reducido a un papel subalterno, encargado de allanarse a los deseos de sus socios y proveer los detalles técnicos para que puedan desarrollar sin problemas sus proyectos.
Sucede que los coaligados han descubierto rápido el truco para apoderarse de la iniciativa: atribuirse la legitimidad exclusiva del progresismo y denunciar cualquier objeción, por razonable que sea, como un boicot obstruccionista. Lo acaba de comprobar el ministro de Justicia, cuyos reparos a la ley contra abusos sexuales han sido descalificados bajo el estigma de resabios machistas. Tres jueces -Campo, Marlaska y Robles-, además de Carmen Calvo, se echaron las manos a la cabeza ante el texto enviado por Igualdad y trataron de pulir sus chapuzas jurídicas, pero la maquinaria podemita se les ha echado encima con el visto bueno de la omnipotente fontanería monclovita, que no quería líos en vísperas de la efeméride feminista. El desenlace de este pulso interno abre un camino para que Iglesias y los suyos impongan por la vía de hecho su designio: los que hoy eran «machotes» desaprensivos mañana podrán ser acusados de ecologistas tibios y pasado de retardatarios, de elitistas altivos o de saboteadores del diálogo con el separatismo. Es el viejo método de señalamiento jacobino: en una dinámica de exaltación del sectarismo, todo el que no muestre suficiente compromiso radical se convierte en enemigo.
Sánchez está dando alas a sus aliados porque cree que así los corresponsabiliza en la gobernación y los involucra en su estrategia; piensa usarlos como primer cinturón de defensa y aprovechar su combatividad como ariete contra la oposición de derechas, a la que están dispuestos a hostigar con movilizaciones callejeras. Ya duerme a pierna suelta con ellos al lado, incluso se siente más seguro, como un césar rodeado de mercenarios capaces de enfrentarse a sus propios pretorianos. No le importa que los ministros del PSOE se sientan puenteados; al contrario, considera que esa pugna fortalece su liderazgo. Está por ver, sin embargo, que el invitado no tenga la tentación de acabar desalojando al propietario.