Miquel Giménez-Vozpópuli
- “Los judíos del III Reich se acostumbraron a los campos de concentración, los disidentes soviéticos al gulag siberiano y los ciudadanos madrileños al PP”. No se puede caer más bajo
Se llama David Torres y escribe en ese panfleto fundado por Roures llamado Público. Excuso decirles la orientación política del medio. Pura ortodoxia comunista podemita. Como supondrán, está en pie de guerra con una suciedad digna de los mejores diarios totalitarios contra el PP, Ayuso y ya no digamos Vox. Hay que enjuagar al señorito Pablo de sus desplantes, su indiferencia inhumana acerca de los abuelos muertos en las residencias, su mansión millonaria, sus grititos histéricos cuando le hacían una pintada o el enorme patrimonio acumulado tras su paso por el Ejecutivo. Y si hay que comparar los campos de exterminio con el Madrid liberal de Ayuso, se compara. Total, la derecha son nazis, deben decirse sin caer que en la frase del tal Torres se menciona asimismo el gulag. Debe hacer sido un lapsus, porque recordemos que quien ha asesinado a más comunistas en toda la historia no fue ni Hitler ni Franco, fue Stalin, como bien señalaba siempre Montanelli.
Lo terrible del asunto no es que una pandilla de plumillas subvencionados por quién sabe qué maletas diga pestes contra todo lo que no sea su perversa utopía. Lo siniestro es que se utilice a la Shoah, terrible y pavorosa industrialización del asesinato, como excusa. Que no ha pasado en blando es evidente. Las redes han ardido y han denunciado tamaña enormidad, por ejemplo, la ACOM, Acción y Comunicación sobre Oriente Medio, que ha resaltado la “soltura” que emplea ese diario con estos asuntos. Es cierto. En materia antisemita, los nazis más furibundos como Streicher se quedan cortos al lado de los dirigentes comunistas –e incluso algunos socialistas– con respecto a Israel. Tan escrupulosos con las fosas comunes –las suyas, que de Paracuellos o las checas no quieren oír hablar– y tan poco con los millones de muertos que supuso la locura nazi secundada al principio por la URSS. Recuerden: pacto Molotov- Ribbentrop, reparto de Polonia, fosas de Katyn, la Shoah estalinista o el Holomodor en Ucrania.
Ni Torres ni el medio que lo acoge son dignos de unir sus nombres con el de quienes cayeron víctimas del odio de los que se creyeron por encima de la humanidad. No lo admitimos, no lo toleramos, no lo permitimos
El problema con esta gente no es que tengan el alma negra. Es que son vagos. Tiran de recurso y frasecita falsamente ocurrente para atacar a la dirigente más competente del centro derecha en España. Si leyeran algo que no fueran sus propias deprecaciones, sabrían que banalizar el Holocausto, además de un delito tipificado en el Código Penal español y castigado duramente por las leyes europeas, es una enormidad. Al hacerlo se están riendo de los seis millones de personas judías que fueron asesinadas, sí, pero también de más de siete millones de soviéticos, de un millón ochocientos mil homosexuales, discapacitados, gitanos y testigos de Jehová, más otros colectivos como personas de Serbia, Polonia y demás países ocupados que no eran judíos, así como de miles de masones, católicos, protestantes, sacerdotes o, simplemente, los que se considerasen enemigos del Reich hasta llegar a la escalofriante cifra de dieciocho millones de asesinados no en el frente, no en la guerra, sino en la retaguardia, en esa cadena de montaje horrible que finalizaba en los crematorios.
El gran historiador de la Shoah Raul Hillberg dice que deberíamos elaborar el relato, en lugar de con los testimonios de los supervivientes, con el de los muertos, con esos que pueden hablarnos directamente a través de guarismos. Es imposible saber cuántos cayeron bajo aquellos monstruos, ni siquiera organizaciones como el Yad Vashem lo pueden hacer. No sabremos nunca hasta que punto su dolor fue insoportable al verse separados, al intuir que estaban viendo a sus familiares por última vez en las filas de la muerte que, a la llegada de Auschwitz, separaban a los aptos de los que no eran considerados útiles más que para la cámara de gas. No imaginaremos nunca, por más esfuerzos que hagamos, el desgarro que experimenta una madre al verse arrancada del lado de su hijo.
Pero sabemos una cosa. Ni Torres ni el medio que lo acoge son dignos de unir sus nombres con el de quienes cayeron víctimas del odio de los que se creyeron por encima de la humanidad. No lo admitimos, no lo toleramos, no lo permitimos. Podéis decir las mamarrachadas que queráis, pero esta línea no la rebasaréis. Ni Madrid es Auschwitz ni es admisible tamaña barbaridad. Con esto, poca broma.