ENTRE Cataluña y Venezuela hay diferencias y similitudes. Una diferencia es que en Venezuela hace algo más de calor que en Cataluña. Otra que la renta per cápita es sustancialmente más baja en un lugar que en otro. Y qué decir de la muerte, este interesante asunto: en Caracas muere cada semana un número de personas que sería inconcebible en Barcelona. Ahora bien, creo que vamos demasiado rápido, y yo el primero, cuando estos días, a propósito de consultas populares, enfatizamos que Cataluña es una democracia y Venezuela una dictadura. No hay demasiadas dudas respecto de lo que es Venezuela. Se trata de un régimen originariamente democrático que ha evolucionado hacia formas de gobierno autoritario, en un camino que se nutre a la vez de los ejemplos de Fidel Castro y Augusto Pinochet, lo peor de ambos mundos, es decir, de un solo mundo. Y este es a la vez, aunque en una fase muy inicial y en unas condiciones geopolíticas diferentes, el camino que ha emprendido el gobierno de Cataluña, también originariamente democrático, pero cuyo desprecio de la ley, más allá del grado, es de la misma naturaleza que la del régimen chavista. Cataluña (y su proyecto de Constitución bolivariana) se parece mucho más a Venezuela en la deriva autoritaria de su gobierno que en la circunstancia diacrónica de los dos referéndums convocados: no en vano fue Maduro y no Leopoldo López el que se fotografió con la estrellada. En la relativa prudencia con la que los desleales han recurrido a la analogía con Venezuela está la posibilidad, muy lógica tratándose de analogías, de que el tiro les saliera por la culata. Aunque ciertamente, tampoco es descartable que la Cup haya impuesto férreas condiciones a sus burgueses liofilizados prohibiendo toda mención elogiosa a un referéndum convocado por una cuadra de golpistas contra el honroso pueblo venezolano.
Pero si las derivas autoritarias coinciden, no sucede lo mismo con la respuesta. En Venezuela miles de personas se juegan la vida cada semana en las calles, convocados por la oposición y pacíficamente alzados contra la Autoridad. Por el contrario, aún es hora de que los tres partidos democráticos (o los dos y medio), hagan un mínimo gesto para que los ciudadanos españoles, catalanes y no, manifiesten en las todavía confortables calles de Barcelona un acto masivo de repulsa y desautorización del golpe al Estado que planea el gobierno desleal de la Generalidad. No solo en la aritmética, sino también en la política y en la moral, va el número 2 antes que el 155.