ALBERTO AYALA, EL CORREO 25/08/13
· El pulso festivo estival planteado por la izquierda abertzale no parece el mejor preámbulo para el nuevo curso político.
· Muchos ciudadanos habrán echado de menos estos días el liderazgo ético del alcalde Azkuna, aún convaleciente.
La izquierda abertzale ha vuelto a dejar su impronta en el estío festivo vasco. Mientras el resto de las fuerzas políticas e incluso el Gobierno autónomo se tomaban unos días de asueto tras un curso ciertamente complicado –llamativa cuando menos la casi absoluta desaparición discursiva del gabinete de Urkullu y del propio lehendakari a lo largo del mes de agosto–, los herederos de la antigua Batasuna volvían a evidenciar su prioridad y su ‘habilidad’ por y para usar las fiestas patronales en beneficio propio y para tratar de forzar contradicciones en los adversarios.
Dejar sentado lo anterior no supone magnificar lo ocurrido. Y es que el balance no guarda comparación posible con lo que sucedía hace treinta, veinte o diez años. Con los tiempos del ‘jaiak bai eta borroka ere bai’ y las guerras de banderas. La campaña de ‘tolerancia cero’ en las calles contra el terrorismo y sus apoyos que impulsó el anterior Gobierno de Patxi López en el verano de 2009 –uno de sus grandes éxitos políticos– marcó, sin duda, un antes y un después.
Relevancia
Pero ello no resta relevancia política a algunos de los hechos que se han vivido estas últimas semanas. Por ejemplo en el arranque de los Sanfermines de Pamplona. En la tradicional comitiva de San Ignacio de Azpeitia. O a la última polémica en torno a la txupinera de las fiestas de Bilbao. Bien al contrario.
La macroikurriña que se desplegó ante el Ayuntamiento de Pamplona instantes antes de la hora prevista para el lanzamiento del chupinazo no fue una simple reivindicación de la enseña vasca. Quienes planificaron los hechos no habrían tenido el menor problema en llenar la plaza consistorial pamplonesa con cientos de ikurriñas de cualquier tamaño. Pero no era ese el objetivo. Buscaban que la anormalidad marcara el arranque de una de las fiestas más populares del mundo, las de la capital de un territorio en el que el nacionalismo pincha electoralmente en hueso una y otra vez. Los centímetros cuadrados de periódico y los minutos de televisión certifican el éxito mediático del meticuloso operativo preparado desde la órbita de la izquierda abertzale.
En Azpeitia, los insultos al lehendakari puede que no estuvieran planificados en un despacho. Seguramente no lo estaban. Pero resulta ciertamente relevante que el diputado general de Gipuzkoa, Martín Garitano, renunciara a afear de inmediato su actitud a los jóvenes –sin duda correligionarios suyos– que llamaron «fascista» y ‘»payaso» a la primera autoridad vasca. Y que luego, cuestionado por la prensa, el político de Bildu se esforzara por restar toda trascensdencia a lo ocurrido.
La elección como pregonero de Llodio del exalcalde Pablo Gorostiaga, condenado por colaboración con ETA, y la de la portavoz de Etxerat y excandidata de EH y ANV Jone Artola como txupinera de la Aste Nagusia 2013, sí responden también a una meticulosa planificación. Suponen la renovada apuesta del cuarto espacio vasco por intentar ocultar la derrota política de ETA y su tozuda negativa a abjurar del pasado como sólido cimiento para la construcción de un tiempo verdaderamente nuevo.
Euskadi vive desde hace dos años sin la amenaza de las armas, pero sigue sin ser un país normalizado. No puede considerarse como tal una sociedad que ve lógica la elección como símbolos festivos de quienes aplaudieron la violencia. O que simplemente calla movida por años de miedo, falta de principios éticos o una mal entendida voluntad de pasar cuanto antes esta trágica página. Como tampoco es normal que rechazar este tipo de nombramientos sea politizar unas fiestas y propiciarlos, no.
Satisfacción
A estas horas los herederos de la antigua Batasuna es más que probable que se encuentren más que satisfechos con el desenlace de estos operativos. No solo porque no haya existido una reacción social mayoritaria en contra, como por otra parte y desgraciadamente cabía esperar. También por las dudas y las contradicciones generadas en los adversarios.
Dudas en un PNV que ha preferido tirar de catón nacionalista y recurrir a lo fácil, a pedir la supresión de la figura del delegado del Gobierno español en el País Vasco, en lugar de plantar cara desde el primer minuto al desafío de la izquierda radical como correspondería al primer partido del país. Y en un PSE semiperdido durante horas en el silencio quien sabe si por un presunto temor a verse alineado con el PP. Seguramente muchos ciudadanos habrán echado de menos en estos últimos días el sólido liderazgo ético del alcalde Azkuna, todavía convaleciente de su enfermedad. Su verbo claro y su proceder raramente titubeante.
Estos pulsos festivos estivales planteados desde la izquierda abertzale no parecen el mejor preámbulo para el nuevo curso político. Un curso que traerá el primer acuerdo PNV-PSE tras muchos años de alejamiento.
El lehendakari ha dejado claro su deseo de que tanto su plan de paz y convivencia como la ponencia parlamentaria creada al efecto sirvan para asentar el nuevo tiempo. Si lo ocurrido en verano es la antesala de lo que está dispuesto a aportar EH Bildu para propiciar nuevos entendimientos, los acercamientos parecen del todo improbables.
ALBERTO AYALA, EL CORREO 25/08/13