Pedro Chacón-El Correo
Para tratar el amianto la empresa del vertedero siniestrado tenía a tres malienses
Los profesionales del sector de los vertederos llamaban al de Zaldibar «el agujero» porque allí se podía tirar de todo. Entre otras cosas, amianto, un material cancerígeno cuyo tratamiento requiere de una serie de formalidades muy estrictas que la empresa titular del vertedero no ha empezado a cumplir hasta muy recientemente. Pero otro de los descubrimientos derivados del derrumbe -junto con la consiguiente desaparición de dos trabajadores que están en la mente de todos, Joaquín Beltrán y Alberto Sololuze- ha sido el de que para el tratamiento del amianto la empresa tenía contratados a tres trabajadores africanos, concretamente de Malí.
Malí es, con toda seguridad, por su realidad actual, por su historia y por los casos de malienses que saltan a los medios, el país que mejor representa la desestructuración cultural y económica, la radical injusticia y la absoluta falta de equilibrio que padecemos a nivel global. El caso de los malienses de Zaldibar coincide con la enorme manifestación de París en protesta por la muerte del también maliense Adama Traoré, en dependencias policiales en 2016 y cuyo último análisis forense contradice la versión oficial, en coincidencia con las protestas por lo de George Floyd.
Este Adama Traoré se llama igual que un futbolista hijo de padres malienses, nacido en Hospitalet de Llobregat, que pasó por el Barça, que ahora juega en un club inglés de la Premier y que incluso suena como futuro fichaje del Real Madrid. Las fotos de este jugador que, como se dice en el argot, luce una planta impresionante, contrastan poderosamente con las imágenes usuales de pastores de Malí, amojamados bajo un sol de justicia detrás de un rebaño de cabras famélicas. Seguro que Adama Traoré, el jugador, cobra más que la mayoría de todos los malienses juntos, simplemente por saber darle bien a la pelota.
La asociación ‘Las gentes de Zaldibar-Zaldibarko jendeak» surgida con el apoyo de la anterior corporación de EH Bildu desde el año 2015, con el loable propósito de integrar a los inmigrantes que conforman un 6% de la población local -o sea, menos de 200 de los 3.000 habitantes de Zaldibar-, denota la presencia en el pueblo de un colectivo de Malí desde hace años. Echando un vistazo a las actividades de esta asociación, en ellas se presentan los colectivos de inmigrantes por países -Nigeria, Malí, Senegal, Marruecos, Colombia, Sáhara occidental- junto con una representación de Euskal Herria, como si todas fueran naciones equiparables.
Pero Malí no es una nación al uso. Es un Estado africano con una de las rentas per cápita más bajas del planeta, tercer país del mundo por su alta natalidad y séptimo en mortalidad infantil y padece un conflicto permanente entre su parte norte, situada en pleno desierto del Sáhara, que ocupa dos tercios de su superficie con solo un 10% de sus habitantes, y su parte sur, que concentra la mayoría de su población de 19 millones. Hay ocho etnias principales en el país, siendo la bambara la más importante y cuyo idioma es utilizado mayoritariamente, a pesar de que el francés es el oficial -solo hablado por un 30% de la población-, y hay otras doce lenguas indígenas reconocidas como lenguas nacionales.
La parte norte de Malí, llamada Azawad, cortada a tiralíneas entre Mauritania y Argelia por el proceso de descolonización, se declaró independiente de manera unilateral en 2012, pero no fue reconocida por nadie. Lo que siguió fue un conflicto entre el Movimiento Nacional para la Liberación de Azawad (MNLA), por un lado, y la facción Ansar Dine, de mayoría tuareg, y Al-Qaida del Magreb Islámico, por otro. Estos dos últimos consiguieron expulsar a la MNLA, convirtiendo Azawad en un miniestado fundamentalista y se dedicaron a destruir el patrimonio monumental de la histórica Tombuctú por no ajustarse a las estrictas leyes de la sharía.
Un golpe de Estado en ese año 2012 contra el presidente Touré, por su ineficacia frente a la insurgencia, dio lugar a un nuevo Gobierno que pidió ayuda a las Naciones Unidas, que autorizaron una intervención internacional encabezada por la antigua metrópoli -Francia- y que sigue hasta la actualidad. Ahí se enmarca la operación del Ejército francés de hace unos días en el norte del país que eliminó a Abdelmalek Droukdel, líder de Al-Qaida del Magreb Islámico.
Conmueve pensar cómo tres malienses pudieron acabar trabajando en el vertedero de Zaldibar, procedentes de qué etnia, hablando qué lengua, huyendo de quién. Pero lo único que nos importa ahora es saber si alguien les advirtió del peligro que corrían manipulando amianto y si hicieron su trabajo con todas las garantías sanitarias. Porque es que de eso depende muy seriamente nuestra calidad como colectivo humano y político.