Malos augurios

Malos augurios sobre la guerra lejana. ¿Y de la más cercana? Para ésta no se necesitan pitonisas

Si Bush fuera Alejandro Magno, que evidentemente no lo es, hubiera interpretado como una mala señal la llama celestial del estallido del Columbia y no atacaría Irak. Tampoco Blair o Aznar son el oráculo de Delfos. Ni siquiera por señales electorales le van a hacer caso a Iznogud, el visir que quería ser califa en lugar del califa, que potencia su campaña electoral con el rechazo a la guerra, aunque todos recordemos lo de «De entrada, no» y nos viéramos engolfados en la Guerra del Golfo, aunque está claro (¿o no?) que aquella guerra tuvo razones diferentes.

Pero aquí, donde se mira debajo del coche desde hace mucho tiempo, la guerra en Irak cae muy lejos. Hasta el chapapote, ¡oh blasfemia!, nos resbala bastante preocupados como estamos por el terrorismo, esperando de la colaboración de la Gendarmería, nuestro Séptimo de Caballería particular, que el terrorismo desaparezca de una vez. Preocupados, también, porque el prestidigitador maestro de trileros no nos haga pasar por el trance de unos Presupuestos nulos, adelante votaciones para que alguno no llegue o cambie a los alaveses la ley electoral para robarles al PP y al PSE la cartera. Cuando a muchas personas les preocupa levantarse un día como alemán en Mallorca después de una consulta de estilo franquista -pero sin la pensión que tienen los alemanes que están en Mallorca y que siguen siendo alemanes-, otros acontecimientos pierden importancia. Hay que pensar en sobrevivir para el día siguiente.

La gente más amable y sensata del nacionalismo, los del Forum Deusto, se presentaron en Madrid. Todo un gesto después de que la menos amable se acercara a Gibraltar a poner en un compromiso a los llanitos. Mientras que los de Gibraltar fueron a inspirarse en las soberanías postcoloniales, los de Madrid reivindicaron el espíritu pactista de la transición y la unidad democrática del Pacto de Ajuria Enea. No es de extrañar que José Ramón Recalde les contestara con un severo alegato, recusando la estrategia de desbordamiento unilateral nacionalista. Descartando que los de Madrid fueran unos cínicos, me pregunto yo: ¿cómo se puede reivindicar el espíritu pactista de la transición cuando se rechazan sus logros fundamentales, como fueron la Constitución y el Estatuto? Sospecho que lo que reclaman estos nacionalistas no es tanto el espíritu pactista -los nacionalistas siempre dicen que no se les obligue a renunciar a nada- sino, llana y simplemente, la sumisión al Plan Ibarretxe por parte de los no lo aceptan: que no se crispen, que no protesten, que no rebelen.

Pero, ¿se puede pedir espíritu pactista a los constitucionalistas después del Pacto de Estella, después de las maniobras fulleras para sacar adelante unos Presupuestos nulos, y otros aprobados con ausencias provocadas y con partida para Udalbiltza, después del intento de reforma electoral para Alava? Lo que está pidiendo la cara amable del nacionalismo es que nos metamos en el vagón de ganado camino (dicen ellos) de Mallorca, aunque el destino final acabe cuanto menos en el exilio. Para cualquier europeo, y no digamos para cualquier político o académico, la ruptura del sistema constitucional supone la apertura del conflicto, y si el Plan Ibarretxe no es anticonstitucional, que venga el que se cortaría el brazo antes de firmarla a decir que no lo es. Es que cada iniciativa nacionalista (las citadas y otras) son una agresión directa a los constitucionalistas. Y son ellos lo que piden espíritu pactista…

Bush se guía para hacer su política en la lectura de Biblia, supongo que en el episodio de los macabeos, tea y cuchillo; y el nacionalismo, en la ponencia Oldartzen y en el Plan Ibarretxe, basado en el etnicismo no sólo para dominar al adversario sino para erigir un orden interno perpetuo y autoritario. Sólo por cuestión de distancia nos preocupa más lo que pasa en casa.

La pregunta que lanzaron los del Forum de Deusto en Madrid, «¿tiene arreglo lo nuestro?», es fácil de contestar sin oráculos ni pitonisas. Cuando ETA desaparezca y haya un Gobierno vasco dispuesto a legitimar al Estado de derecho, entonces, tiene arreglo lo nuestro. Solicitar el espíritu pactista de la transición sin legitimar sus logros es otra nueva fullería que no se debe aceptar.

Eduardo Uriarte Romero en EL PAÍS, 7/2/2003