Mañana, 11 de Septiembre

ABC 10/09/15
ISABEL SAN SEBASTIÁN

· Frente a lo sucedido en Nueva York en 2001, cuyas secuelas se agravan cada día que pasa, lo de Cataluña es casi nada

CON esa contumacia digna de mejor causa que le otorga merecida fama, mañana, 11 de septiembre, todo el nacionalismo catalán se echará a la calle a celebrar una derrota acaecida hace trescientos años en una guerra dinástica por la sucesión al trono de España. Una derrota tergiversada siglos después con el fin de convertirla en bandera identitaria, en la cual Cataluña apenas desempeñó otro papel que el de brindar un escenario a la última batalla. Una rendición convertida en pretexto para celebrar, año tras año, la consabida ceremonia victimista, de la que el separatismo obcecado en reescribir los hechos históricos de acuerdo con sus intereses obtiene rentabilidades altas. Los informativos de televisión y radio abrirán con esa noticia. Los periódicos del día siguiente le dedicarán portadas. TV3, la costosísima autonómica financiada con el dinero de todos para mayor gloria y poder del caudillo Artur Mas, se atendrá escrupulosamente en su retransmisión a las consignas dictadas por esa «Asamblea Nacional Catalana» generosamente engrasada a través del presupuesto público como instrumento de propaganda y agitación sediciosa. En resumen, se repetirá el gran engaño colectivo mediante el cual los «juntos por el sí» han logrado llegar hasta donde están, en una lista electoral conjunta que las encuestas auguran victoriosa, sin otro nexo común o afán que el de romper cinco siglos de próspera convivencia basándose en una falacia.

Mañana, 11 de septiembre, se conmemora también el decimocuarto aniversario del peor atentado terrorista jamás perpetrado. Un ataque feroz, que golpeó el corazón de los Estados Unidos en Manhattan, mató a tres mil civiles indefensos, causó más de 6.000 heridos y dejó en esa sociedad una cicatriz imborrable. Una matanza despiadada, urdida con perversa clarividencia por el hoy felizmente desaparecido Bin Laden para sacudir los cimientos de nuestro sistema de valores, que logró superar sus más ambiciosos propósitos.

Hasta el 11-S-2001 el terrorismo islámico era prácticamente una anécdota. Desde entonces no existe problema mayor ni que afecte de modo más hondo a nuestra seguridad y nuestro modo de vida. Los atentados contra las Torres Gemelas supusieron un punto de inflexión en la historia contemporánea. Un hito a partir del cual conceptos como los evocados por las palabras «guerra» y «paz» adquirieron un significado completamente distinto. Un guante lanzado a la cara de nuestra civilización, cuya respuesta no estuvo a la altura necesaria y sólo contribuyó a extender la onda expansiva de esa brutal carga de profundidad.

De la humareda levantada por el hundimiento de esas torres viene el lodo ensangrentado que traen los refugiados consigo. No empezaron en ese momento los enfrentamientos entre distintas confesiones islámicas, que ya habían chocado en lugares como Irak e Irán, pero sí fue a partir de entonces cuando nos implicaron hasta el cuello en su pugna y atrajeron a una trampa en la que caímos de lleno. El incendio devastador que arrasa el Medio Oriente y amenaza con prender en África es nuestro incendio. El colapso de los regímenes susceptibles de mantener un mínimo de estabilidad en la región es nuestro colapso. Las cabezas que cortan las bestias del Daesh en su avance son nuestras cabezas.

Hace hoy catorce años menos un día dos aviones pilotados por terroristas suicidas se estrellaron contra nuestro mundo y rompieron en mil pedazos el frágil muro que lo protegía. Nada ha vuelto a ser igual ni lo será. Frente a lo sucedido en Nueva York en 2001, cuyas secuelas se agravan cada día que pasa, lo de Cataluña es casi nada.