Ignacio Camacho-ABC

  • A pesar de su talante autoritario, a este Gobierno le ha venido muy ancho el ejercicio del mando centralizado

De todos los fracasos que el Gobierno va coleccionando durante la pandemia como un niño que clavase en un cartón mariposas muertas, el del mando único acaso sea el que deje más largas secuelas. Secuelas políticas, claro, que en su gravedad no se pueden comparar con la irreversible lista de lápidas aún frescas, tan larga que no hay modo de componer con ella -otro fracaso- una estadística fiable o por lo menos honesta. Pero hasta esa dificultad de cálculo es también consecuencia parcial de la incapacidad del Ministerio para cuadrar una cuenta que cada autonomía ha resuelto a su manera, como tuvieron que comprar mascarillas o trajes de protección que aún estarían esperando de no haber decidido salir a proveérselas.

La centralización de decisiones fue una de las medidas más razonables del decreto de alerta pero ha acabado en un marasmo de ineficacia y torpeza porque Sanidad ya no es más que un rutinario aparato burocrático vacío de competencias, y Salvador Illa un hombre educado y con tan buenas intenciones como falta de experiencia al frente de una carcasa administrativa hueca.

Ahora es el departamento de Educación, el otro pilar del Estado de Bienestar, el que ha organizado un descalzaperros con la vuelta a los colegios. No sólo por los bandazos de criterio, habituales en un Gabinete que fuera de la ideología pierde pie en cualquier terreno, sino por la falta de conocimiento de la realidad que las comunidades han de gestionar con sus medios. El lío sobre medidas de seguridad y distanciamiento es tal que la ministra Celaá ha terminado por dejar el protocolo abierto a que las autonomías establezcan sus propios métodos. Es decir, que al final y como de costumbre, cada territorio va a organizarse como le dé la gana, que de todos modos es lo que iban a hacer y lo que vienen haciendo desde que se transfirió la enseñanza. En septiembre no regirá el estado de alarma y las autoridades sanitarias están bastante escaldadas para entrometerse en las condiciones de regreso a las aulas. Como en todo el caótico proceso de desescalada, el Gabinete está fiando a la suerte -por ahora favorable- el remedio de la amenaza.

En los meses de emergencia este Ejecutivo ha dejado claro que, a pesar de su inequívoco talante autoritario, no estaba cómodo haciéndose cargo de las obligaciones de Estado. El modelo cuasifederal le viene ancho porque ni controla las principales regiones ni está preparado para ocuparse de los asuntos básicos de la vida de los ciudadanos. La cacareada «cogobernanza» de Sánchez ha sido otro engaño; mutuo en esta ocasión porque todos los dirigentes territoriales sabían que sus posibilidades de éxito frente a la epidemia radicaban en no hacer mucho caso de las órdenes del mando unificado. Y cuando un Gobierno carece de verdadero proyecto, el poder real lo ejercen las instituciones que administran los recursos a ras de suelo.