JON JUARISTI-ABC

El escándalo Kristeva entierra más, si hiciera falta, el mito romántico del 68 francés

UNA vez consumada la extinción del existencialismo y decretada la muerte del Hombre (última máscara de Dios según los nietzscheanos franceses), Julia Kristeva quiso ser la Simone de Beauvoir del 68, el Castor del estructuralismo. No pudo. Le faltaban condiciones estilísticas. Su prosa fue siempre pesadísima y oscura, todo lo contrario de la del otro exiliado búlgaro acogido por la pomada de Saint-Germaindes-Prés, Tzvetan Todorov, desaparecido hace un año.

Simone de Beauvoir escribió la novela de su generación, Los mandarines (1954), para salvar literariamente la memoria de una red casi enteramente varonil (Sartre, Aron, Nizan, Algren, Lanzmann e incluso Camus antes de la ruptura). La réplica de Kristeva, Los samurais (1990), también una novela masculina, sacralizó a la banda estructuralista (LéviStrauss, Lacan, Barthes, Foucault,) y, sobre todo, al marido de la autora, el infumable Philippe Sollers, fundador de Tel Quel. Ambas novelas, la de Beauvoir y la de Kristeva, son historias narcisistas hasta aburrir. Autobiografias ficticias de dos chicas excepcionales en medio de tipos listísimos.

Entre el 11 de abril y el 4 de mayo de 1974, una delegación de Tel Quel, la revista maoísta más sofisticada de Europa, visitó China, donde fue tratada estupendamente por el régimen. A su regreso a Francia, casi todos escribieron sus impresiones de la excursión, alabando al presidente Mao y a la Revolución Cultural. Julia escribió De las chinas, una apología del maoísmo como feminismo auténtico. Tras la caída de Mao, publicó suaves palinodias, tan suaves que ni siquiera lo parecían. Transfirió con claridad sus simpatías políticas a los Estados Unidos en cuanto se derrumbó el sistema soviético, lo que no le impidió seguir prodigando elogios retrospectivos a la Revolución Cultural diluida en una supuesta especificidad cultural china de carácter más o menos ucrónico. Así, en un artículo de 2000, «La Chine tel quelle», fechado el 26 de diciembre en el Mandarin Oriental Hyde Park Hotel de Londres (!), escribía, con todo el morro: «Exiliada de Bulgaria y considerándome más bien como una víctima del comunismo, no estaba, como los jóvenes burgueses de Occidente, cautivada por el comunismo chino». Sin embargo, se fue a China del bracete de Sollers y en compañía de otros tres varones estructuralistas (François Wahl, Marcelin Pleynet y Barthes).

A sus casi ochenta y dos años, Sollers, antiguo alumno de los jesuitas, como Althuser, blasona de católico de tendencia gnóstica, signifique eso lo que signifique. Y Kristeva, la pobre Julia, en vísperas del cincuentenario de mayo del 68 y en medio de la bronca internacional de los espías rusos, acaba de ser delatada como antigua agente de los servicios secretos de la Bulgaria comunista en Francia desde 1971. Imprudentemente, había solicitado colaborar con una publicación literaria búlgara, sin saber que en su país natal es imprescindible acreditar un pasado limpio de complicidad con el antiguo régimen comunista para trabajar en medios de prensa. Total, que apareció su ficha en los archivos de la Darzhavna Sigurnost, la agencia de espionaje del comunismo búlgaro, hasta con su nombre de guerra, Sabina.

Kristeva lo ha negado todo, pero el principio de verosimilitud juega en su contra. No se entiende qué interés podría tener el actual gobierno búlgaro en desacreditar a una anciana posmaoísta tan olvidada por el público francés que ha tenido que pedir que le dejen colaborar en una revista búlgara. Y, por otra parte, durante la Guerra Fría, la Francia antiamericana de los sesenta a la que llegó Julia en 1965, era ya la gran cabeza de puente del espionaje soviético (por no hablar del chino) en la Europa occidental.