ABC 07/05/15
LUIS VENTOSO
· Las propuestas de Iglesias Turrión delatan su desprecio por el esfuerzo personal
IGLESIAS Turrión, de 36 años, hijo de una familia madrileña de confortable clase media y profesor universitario que cobra de nuestros impuestos, ha presentado su programa, que ha resultado difuso y ramplón. La velada superó en malas formas democráticas a la casta al uso. Más que el «plasma», lo de Podemos fue ya el plasmazo: prohibieron preguntar y los periodistas fueron identificados con una pulserita delatora, medida profiláctica de evocaciones tétricas.
Iglesias Turrión, inteligente y un formidable dialéctico, anda mustio. Hubo de finiquitar por trapicheos fiscales al poeta contestatario del clan, el veterano profesor Monedero, que tanto honor hizo a su apellido trabajándose la plata criolla de Chávez. Además le ha salido un replicante por la derecha, Rivera, populismo en guapo y con ceñidos ternos
pepguardolianos. Y lo peor de todo, las televisiones amigas, ay, ya no parecen tan amigas. Está en juego la asignación de nuevos canales e Iglesias Turrión no accede con alfombra roja a tanto plató, el hábitat donde se infló el globo.
Su primer programa electoral, el de las europeas, compilaba tal cantidad de disparates que le han dado una vuelta (se han caído aquellas maravillas de abandonar el vil euro e implantar un sueldo para todos sin rascar pelota). El nuevo programa es sencillo: crujir a impuestos a quienes ganen más de 50.000 euros y a cambio, más subsidios sociales. Por ejemplo, si tienes problemas para pagar la luz y el gas no pasa nada, el Estado socialista se hace cargo.
Lo que late en las propuestas de Podemos, cuyos cabecillas viven casi todos de la función pública, es un profundo desprecio al esfuerzo personal, el combustible que impulsa a las naciones. Quién gane más de 50.000 euros, porque ha estudiado, porque tiene ojo empresarial, o porque se desloma trabajando, pasa a ser un sospechoso. No merece apoyo y sus ingresos han de ser laminados para instaurar nuevos subsidios. Tal manera de pensar tendría una lógica si España fuese la sociedad de la revolución industrial victoriana, con un proletariado en condiciones infrahumanas y una infancia sometida a privaciones aberrantes. Pero nuestro país cuenta ya con un Estado del bienestar. Antes de fabular con ampliar sus prestaciones, lo honrado sería informar a los españoles de que en realidad ni siquiera podemos pagar lo que tenemos, como acredita una deuda pública del 93,9% del PIB.