Antonio Elorza, EL CORREO 09/11/12
¿Por qué en todo el manifiesto no se menciona al protagonista de lo que se critica, que no es CiU sino Artur Mas, que está actuando como líder de un partido personal a ojos vista?
Después de semanas de incertidumbre, han comenzado a salir a la luz manifiestos en que distintos sectores sociales se expresan acerca del proceso de autodeterminación puesto en marcha, después de la Diada, por el presidente Mas en Catalunya. Habían roto el fuego el 11 de octubre los federalistas de izquierda catalanes, con el propósito de mostrar que existía una alternativa a la línea política trazada por Mas y por su partido, CiU. A las cien firmas de cabecera, se sumaron algunos miles de adherentes. A primeros de noviembre, llegó el turno de dos declaraciones colectivas, ambas críticas de la deriva soberanista, y con firmas procedentes en su mayoría de sectores intelectuales. La proximidad existente entre ambas ha hecho posible que algunos firmantes –casos de Mario Vargas Llosa, Félix de Azúa, Joseba Arregui– respalden ambos textos.
El que llamaríamos ‘manifiesto de los cien’, pronto convertido en ‘manifiesto de los 300’, reunía nombres de mayor impacto social, como Pedro Almodóvar o el expresidente del Consejo de Estado, Francisco Rubio Llorente, entre otros muchos. El arco ideológico reflejado se sitúa en el centro-izquierda. El segundo manifiesto, aparecido casi al mismo tiempo, aunque su gestación se sitúa a fines de septiembre, agrupa a profesionales reconocidos, con Fernando Aramburu y Aurelio Arteta al frente, pero que según la mencionada presentación son «personas», no llegan a «personalidades». Puede recibir la etiqueta de ‘manifiesto de los cuarenta’, su apertura a las adhesiones ha sido más tardía, y el corte ideológico es transversal, con firmas inequívocamente socialdemócratas y otras no menos inequívocamente conservadoras. Independientes hay tanto entre los 300 como entre los 40.
Aun convergentes en la intención, la diferente composición socio-política se refleja en los contenidos de estos dos manifiestos. El de los cuarenta tiene una estructura más sencilla y un mensaje que lo es también, respondiendo a su título: ‘Con Cataluña, con España’. Desde su primera línea, es un texto constitucionalista, que por consiguiente se aproxima al tema desde la perspectiva de que España es la nación, y que la evolución de Cataluña tiene un perfecto encaje en el marco que hoy tiene, evitando «el riesgo de fractura a que pudieran conducir actitudes irresponsables».
Ni Artur Mas ni CiU son mencionados, y, como acabamos de ver, la marcha hacia la autodeterminación solo es aludida, peyorativamente, de modo indirecto en cuanto causa de graves problemas en un contexto de grave crisis económica (denominador común de los tres manifiestos). La clave de bóveda para la solución es el ordenamiento constitucional, y por ello la declaración se cierra con un llamamiento «a respetar los cauces democráticos en todo intento de solución», respetando la observancia y el acatamiento de las leyes”.
Si el manifiesto de los 40, con sus cinco puntos, es muy breve y rehúye la complejidad del proceso independentista, con lo cual autolimita su alcance, el de los 300 intenta, y con una evidente brillantez formal, examinar la pluralidad de cuestiones planteadas desde el 11-S: crítica a «los promotores de una independencia inmediata de Cataluña», el marco de la crisis económica, la denuncia de las imágenes simplistas que los catalanistas radicales difunden sobre España, el valor positivo que los españoles asignan a Cataluña, el propósito de «los independentistas» de «violentar la ley democrática» (léase Constitución), la actitud a adoptar ante la constatación de predominio independentista, la exigencia de no olvidar la mala gestión de CiU desde que ocupó el poder, para desembocar en unas líneas de posible solución: «mejor encaje constitucional para Cataluña, una financiación más justa y una federalización del deteriorado Estado de las autonomías».
Sin embargo, a pesar de la apariencia de claridad, gravita sobre el manifiesto una serie de ambigüedades, lo cual puede incrementar las adhesiones, pero también disminuir su eficacia. ¿En qué consistirían ese mejor encaje, la nueva financiación y el federalismo como simple mantra? ¿Por qué en todo el manifiesto no se menciona al protagonista de lo que se critica, que no es CiU sino Artur Mas que está actuando como líder de un partido personal a ojos vista? Y, sobre todo, por qué el recurso a eufemismos en puntos capitales.
«Violentar la ley democrática» es «violentar la Constitución», y si admitimos esto, así como el silencio y la relegación de los catalanes no independentistas, verdades incuestionables, todo el resto del proceso resulta invalidado. Carece entonces de sentido la afirmación previa de que –saltemos circunloquios– si la voluntad de ruptura es «irreductible (curioso: calificación que recibiera el vocal Aragón del TC) y permanente» (sic) los firmantes asumen un «compromiso irrenunciable» de respetar –más circunloquios– la decisión catalana. La carreta no debe ser colocada delante de los bueyes, si el procedimiento democrático es vulnerado. De la consulta anunciada, ni palabra.
Con razón Artur Mas, a diferencia de sus seguidores, ha saludado esa «grieta» que abren los 300, al comprometerse con un proceso democrático como a su juicio es el suyo. Si el mismo no es puesto en tela de juicio, deberían en conciencia apoyar sus previsibles victorias plebiscitarias.
En estas circunstancias, el manifiesto más coherente sigue siendo el de los federalistas de izquierda catalanes, de 11 de octubre, que no dramatiza la independencia con «visiones apocalípticas», y simplemente ve la radicalización de Mas como una huida hacia delante, en respuesta a una política económica impopular impuesta de acuerdo con el PP. El paraíso «azucarado» de la independencia no existe y, en consecuencia, «pensamos que la secesión no es la respuesta razonable a los problemas de la sociedad catalana». Más claro, imposible.
Antonio Elorza, EL CORREO 09/11/12