Tonia Etxarri-El Correo

Asegurarse una victoria holgada en las elecciones locales para marcar tendencia en las generales. En eso están tanto el gobierno tripartito de la Moncloa (PSOE, Podemos y Yolanda Díaz) como el principal partido de la oposición, el PP.

Feijóo ha saltado al ruedo con el lema de la derogación del sanchismo mientras el aludido Sánchez sortea, entre mítines, los puntos débiles de sus constantes virajes para arremeter contra el PP y situarlo junto a Vox. La imagen de la ultraderecha, intolerante, insultadora y antisistémica. No se trata sólo de movilizar el voto del miedo (ya no le funcionó en anteriores comicios autonómicos) sino de condicionar apoyos como el del PNV, ahora despegado de la coalición de investidura después de la aprobación de la polémica ley de vivienda.

Por si tuviera tentaciones de volver a cambiar de caballo y retomar su alianza con el centro derecha de Feijóo. Ya lo ha manifestado reiteradamente Andoni Ortuzar. Su línea roja para pactar con el PP sería su dependencia de Vox aunque el PP espera poder gobernar sin ataduras. Sin tener que contar con la ayuda del partido de Abascal, cuando llegue la ocasión. Lo consiguió en Madrid y Andalucía. La causa de Sánchez tiene el foco puesto en la derecha neoliberal. Sin embargo, sus aliados más estables, lo mejor de cada casa, Bildu y ERC, quieren deconstruir el Estado democrático. Unos siguen justificando la historia del terrorismo de ETA, otros son presentados desde la Moncloa como los adalides de la responsabilidad institucional.

Hacer campaña en un mitin en Pamplona para apoyar a la presidenta de Navarra, María Chivite, y evitar mencionar a Bildu que es quien sostiene, desde fuera, al gobierno foral de socialistas, Geroa Bai y Podemos, sólo se le ocurre a Pedro Sánchez. Pero su silencio premeditado acaba roto por sus propios barones que, como el aragonés Lambán, se lavan las manos diciendo que ERC y Bildu «son aliados indeseables que quieren destruir el país».

El desmarque de los presidentes de comunidades autónomas socialistas forma parte del guion de campaña. Son maniobras de distracción porque en la izquierda no les cuadran los votos ni los escaños con la operación de Yolanda Díaz que, si sólo consigue trasvasar la fuerza de Podemos a sus filas, no habrá acumulado fuerzas sino todo lo contrario. En la batalla de Madrid, que Sánchez da por perdida y que por eso ayer no acudió al acto de apoyo de su candidata Reyes Maroto, Isabel Díaz Ayuso seguirá haciendo guiños al electorado de Abascal en sus discursos sin complejos.

Cuando Sánchez volvió por sus fueros a hacerse con el control de su partido, se empezó a hablar del ‘sanchismo’ como forma de identificar su forma personalista de dirigir a los socialistas, eliminando cualquier atisbo de disidencia. Los primeros que nos pidieron a muchos periodistas que no identificásemos al partido que ahora dirige Sánchez con el PSOE de toda la vida fueron destacados militantes críticos que no se identificaban con el ‘caudillismo’ de su nuevo dirigente. Aseguran los sondeos (también el CIS) que más de 300.000 votantes socialistas tienen intención de votar a Feijóo. De ahí los nervios. Los palos de ciego. El cambio de alianzas. Y la tómbola de anuncios. Sánchez no va a ser candidato el 28 de mayo. Tampoco Feijóo. Pero los dos saben que, de los comicios locales, surgirá un reparto de mayorías que puede condicionar, sin extrapolar, los resultados de las elecciones al próximo gobierno.