ABC-IGNACIO CAMACHO
No parece buena idea cachondearse del líder de la potencia que patrocina con su fuerza y su dinero tu propia defensa
POR su talante tosco y chabacano, su tendencia tremendista, su volubilidad y su afición al desparrame, Donald Trump resulta un personaje bastante cachondeable. Sólo que una cosa es que lo parodien o se mofen de él sus adversarios, la prensa o incluso la gente de la calle y otra bien distinta que lo vacilen los dirigentes de naciones principales que se supone que tienen con los Estados Unidos una relación de alianza privilegiada y estable. Es lo que hicieron en la cumbre de la OTAN el francés Macron, que pasa por un tipo sensato y ecuánime, el canadiense Trudeau, con merecida fama de chisgarabís, y el inglés Johnson, otro gran botarate poco idóneo para dar lecciones de seriedad a nadie. Entre los tres zascandiles se han cargado por su frivolidad de carácter una reunión de la que debían haber salido decisiones importantes y que ha acabado en fiasco con la colaboración impagable del propio Trump, siempre dispuesto al sabotaje. De nuevo la dicotomía de Kagan entre Venus y Marte, la dialéctica –poder blando y poder duro– entre la confianza biempensante y el ideal kantiano de la paz perpetua, por una parte, y por la otra la disposición guerrera, hobbesiana, de una América siempre vigilante y dispuesta a defender su hegemonía en formación de combate. En esa clase de asambleas siempre hay un poco de informalidad que distiende el ambiente de forcejeo y controversia, pero en un cónclave sobre defensa no parece buena idea pitorrearse del líder de la potencia que patrocina con su dinero y su fuerza militar el bienestar de la Unión Europea.
Porque de esto va la actual crisis de la organización atlántica: de costes de oportunidad, de la vieja parábola de Samuelson de los cañones y la mantequilla. A grandes rasgos, Europa eligió la mantequilla porque el primo de Zumosol se ocupaba de protegerla y mantener la seguridad desde Groenlandia a Turquía. Pero al gigante le han llegado las vacas flacas y se ha refugiado en el discurso aislacionista de un presidente que además está enfrascado en el pulso de liderazgo (ojo a la teoría de la trampa de Tucídides) con China. Trump reclama implicación, al menos financiera y presupuestaria, en la cooperación defensiva, y lo último que conviene a los socios es tomarse la petición a risa. Más que nada porque por ahora no hay alternativa; el paraguas bélico estadounidense es lo que ha permitido a los países de la UE instalarse en su mentalidad pacifista y no parece que existe un clima ideológico propicio para cambiar una jerarquía de valores claramente acomodaticia. Con el Brexit y los problemas migratorios a la vista, ya no hay siquiera modo de mantener una mínima cohesión política.
Así las cosas, no es el mejor momento para hacer coñas. Se diría que la banalidad de los dirigentes públicos no es sólo una patología española: estamos ante una peligrosa epidemia transnacional de irresponsabilidad histórica.