ABC-LUIS VENTOSO
Tras firmar un pésimo dato de paro, Sánchez presentó sus medidas para empeorarlo
ESCUECE ver a España, país fabuloso y de enormes posibilidades si se brega duro, arrastrando los pies políticamente desde hace más de un año por la carencia de Gobierno. El país sigue avanzando, porque su inercia era óptima y porque los españoles estamos hechos de una pasta mucho mejor de lo que nos permitimos reconocer. Pero deambulamos como un pollo sin cabeza, porque no hay Gobierno, aunque sí la pomposa impostura de que existe uno. Gobernar no consiste en completar un álbum de selfis del atlético presidente gustándose aquí y allá. Ni en lanzar algún decreto ley alborotado y propagandístico. Ni en declarar una batalla sin cuartel contra los olvidados huesos de un muerto (que curiosamente va ganando). Ni en asaltar RTVE y el CIS. Ni en sermonear al respetable hasta el sopor con los mantras ya casi orwellianos del mal llamado «progresismo», que en realidad ralentiza el progreso. Lo de gobernar es más sencillo. Lo primero, lo básico, es sacar adelante los presupuestos, la herramienta que da sentido a un Ejecutivo. Lo segundo, aprobar leyes. Por ahora, Sánchez, con todo su boato instagramero, no ha logrado A ni B.
El presidente rubricó ayer el agosto con mayor destrucción de empleo desde 2010. Una vez más, comienza el «efecto PSOE». Pero el mismo día en que nos despertábamos con esa evocación del zapaterismo terminal, El Presidente y su bronceado Doñana comparecían en un espectacular acto bajo una bóveda de cañón de Chamartín para presentar su programa electoral para noviembre: las 370 medidas para «un Gobierno común progresista». Me las he leído, a pesar del muermo. Resumen: Sánchez propone gastar más en subsidios, subir los impuestos y continuar con la ingeniería social progresista. Justo lo que no hay que hacer ante vientos de crisis.
Todo es inconsistente. Ni una sola cifra económica. Ni una explicación sobre cómo se van a costear los nuevos gastos sociales (hasta el ultrazurdo Jeremy Corbyn acompaña sus promesas de una memoria económica). Palabrería hueca: «Un modelo laboral y salarial basado en una política de rentas progresista» (¿qué quiere decir ese bla, bla, bla?). Las pensiones se arreglarán «blindándolas constitucionalmente», como si citarlas en la Carta Magna bastase para hacerlas sostenibles. Urge «una nueva ley de educación», pues sabido es que solo son aceptables si las hace el PSOE. Por supuesto se habla mucho más de la «perspectiva de género», coletilla omnipresente, que de los problemas de las clases medias con hijos que sostienen el país. Nueva vuelta de tuerca a lo que llaman «memoria democrática», donde los crímenes del bando republicano directamente no existen. Collejas a la educación concertada y a los bienes de la Iglesia, un clásico: si careces de ideas siempre te quedan los comodines del anticlericalismo y Franco. Y que no falte el toque paleto de abonarse al quimérico «Green New Deal», copiando como papanatas el término acuñado por Ocasio Cortez, la congresista podemita-demócrata de moda.
Pero no lo duden: con ese Manual de Recesión ganará las elecciones. Simplemente es el que más sale en la tele.