Maquiavelo bajó de Pontevedra

JORGE BUSTOS – EL MUNDO – 19/08/16

· En España el primer síntoma de inteligencia es la apariencia de estolidez. Un político que parezca brillante, incluso siéndolo, hará aquí carrera corta. Será longevo el político que se trabe al hablar; que huya de los medios mientras otros se achicharran bajo el foco; que sea caricaturizado en una hamaca por viñetistas y memégrafos; que inscriba su nombre en el campo semántico de la parsimonia y la mediocridad. Así se presenta Rajoy, y así no es Rajoy en absoluto. Su mayor victoria, como la de cualquier mefistofélico avanzado, pasa por haber hecho creer a los cuñados que superpueblan España que es más tonto que el más humilde de ellos.

Durante dos años periodistas de izquierdas como de derechas, aburridos de la prosa marianista, cayeron bajo el hechizo rapero del joven Iglesias, bien para horrorizarse ante la reapertura inminente de las checas, bien para emocionarse encima por la nostalgia de la dulce guerrilla urbana en pantalones de campana. Pero en el trono de hierro, aunque pareciera vacante, se sentaba y se sigue sentando Rajoy Brey.

Desde el mus ante el Rey hasta la prórroga de Feijóo al frente de la Xunta. Desde la gestión del miedo al populismo a la designación de su amiga como presidenta del Congreso. Desde una campaña entre alcachofas hasta el súbito prodigarse en las teles, regalando su personaje campechano y de fiar. Desde el tira y afloja con C’s a los contactos discretos con Felipe.

Todos los movimientos del último Rajoy, al objeto de conservar el poder en las peores condiciones competitivas que un presidente ha enfrentado desde Suárez, adquieren ahora la coherencia de un guión, aunque el componente azaroso de la política impida reconocerlo así del todo. El remate de su obra lo colocó ayer, al fijar la investidura el 30 de agosto. Sabe que no saldrá de ella investido. Sabe también que será el escaparate en que toda España contemple la pavloviana cerrazón de Sánchez, ni siquiera compartida por algunos de los socialistas más señeros, mucho menos por los españoles forzados a volver a las urnas el mismísimo día de Navidad.

La participación quedará enterrada bajo el hastío y los polvorones. El suelo electoral del PSOE se derrumbará. La fiel infantería, papeleta azul en mano, devolverá el orden a las cosas. ¿Corrupción, nueva política? Pavesas que ascienden por la chimenea monclovita junto al humo de un puro y las notas del Noche de paz. Y don Mariano subirá a la tribuna en enero a lo Fray Luis: como decíamos ayer.

Ahora bien. Todo este plan maquiavélico, que solo la abstención del PSOE puede detener –siempre es mejor hacerle oposición a un PP con 137 hoy que a uno con 167 mañana–, no deja de representar una monstruosa oportunidad perdida. Ni los votantes más adictos del PP deberían desear su éxito.

Porque significará que el sectarismo goyesco se impuso, que el liderazgo renunció a la prescripción moral, que el político español ya se igualó al más atrincherado de sus votantes. Rajoy gobernará, y lo que le ocurra a Sánchez se lo tendrá merecido. Pero, ayuna de ejemplo, la calle volverá a agitarse, la sociedad cronificará sus bandos, la derecha se encastillará y la legislatura ofrecerá en fin todas las turbulencias que pueda soñar un separatista xenófobo, un antisistema de contenedor e incluso un politólogo epidérmico, de esos que solo hablan de estrategia y miran como las vacas al tren a un negro vallista venido de Cuba que se enjugaba las lágrimas con ese trapo que llevan los fachas en la muñeca. España.

JORGE BUSTOS – EL MUNDO – 19/08/16