Juan Carlos Viloria-El Correo

Vox es el Gargantúa que se quiere comer a Casado

El Leviatán del centro derecha español es Vox. Es la derecha indignada. Es la clase media empobrecida. Es el macho blanco occidental acosado. Es la angustia por la relativización de sus valores de siempre. Es el miedo a la revancha de los anticapitalistas y antiempresarios. Y, atormentados por el ‘apocalipsis izquierdista’ que amenaza sus viejas señas de identidad, se han ido refugiando en el populismo-derechismo. Con años de retraso respecto a nuestros socios europeos ha prendido en la sociología electoral y política una fuerza que se aleja de los postulados moderados y pactistas del PP para defender sin complejos la confrontación con el progresismo social-populista de izquierdas. Esa fuerza ha perdido el pánico a que le llamen ultra, nazi, franquista, facha. Ese es el Gargantúa que se quiere comer a Casado y los suyos. Que ya les está disputando sin contemplaciones sus caladeros electorales tradicionales. No es solo que la eclosión del partido de Abascal le debilite de cara a disputar la victoria electoral con su viejo adversario el PSOE y aleje su regreso al poder. Es que existe un serio riesgo de que le desborde electoralmente hablando o condicione con puño de hierro su proyecto y su acción de gobiernos locales.

Para frenar esa amenaza, el PP se ha lanzado a una operación que fundamentalmente es aritmética y de imagen sumando fuerzas con los Ciudadanos de Arrimadas a la espera de que el votante conservador y centrista compre esa unión temporal de fuerzas como palanca para pelear con el frente-populismo de Sanchez e Iglesias, sin necesidad de entregarse a Santiago Abascal. El que se ha dado cuenta desde el primer minuto es Carlos Iturgaiz. Los años en Bruselas viendo cabalgar al populismo ultra de la derecha europea a hombros de los partidos conservadores tradicionales le han enseñado las claves del marasmo de la derecha en el continente. Y su primer mensaje ha sido a los potenciales votantes de Vox en el País Vasco asegurándoles que no van a echar de menos a Abascal.

Claro que, a Iturgaiz, que le llamen ultra, o facha los de Bildu, incluso el PNV, le preocupa lo justo. Lógico. Porque el recurso de la satanización de la derecha va a ir perdiendo efecto electoral. Especialmente cuando proviene de posiciones del populismo de extrema izquierda que ha entrado en el Gobierno. Probablemente Iglesias, Monedero y Echenique no se dan cuenta de que la frivolización y el manoseo de esos calificativos tan graves, inadecuadamente, los está desgastando y desactivando. Dice Sánchez que cuando la oposición le pregunta por Venezuela se lo toma como un cumplido. En breve, la derecha dirá que cuando Sánchez, Iglesias y Otegi les llaman ultras se lo tomarán como un cumplido.