Alberto Ayala-El Correo

  • Las encuestas pronostican una cerrada pugna por el triunfo en escaños entre el PNV y EH Bildu y queda saber si el nacionalismo logrará el mejor resultado de su historia

Mientras seguimos las peripecias del huido Puigdemont -el Europarlamento reclamó ayer que se investigue si hubo injerencias de la Rusia de Putin en el fallido ‘procés’- y el Gobierno Sánchez empieza a sospechar que su proposición de ley de amnistía puede acabar en fracaso por el ‘no’ de Junts dada la evidente incapacidad de la norma para proteger al expresident contra todo y contra todos, en Euskadi seguimos a la espera. Aguardamos a que al lehendakari Urkullu se le pase el enfado y nos desvele si las elecciones vascas serán o no el 21 de abril.

Toca, pues, conformarse con la descarada pugna entre el Ejecutivo y el Poder Judicial. Y, en nueve días, con saber qué deciden los gallegos. Si el PP revalida mayoría absoluta y conserva la Xunta. O si fracasa, lo que erosionaría un poco más el liderazgo de Feijóo, que ya quedó tocado tras fracasar en su asalto a La Moncloa del 23 de julio, pese a ganar los comicios.

A falta de esa fecha, en Euskadi es tiempo de sondeos. Unas encuestas que pronostican una cerrada pugna por el triunfo en escaños entre el PNV y EH Bildu. Y, directamente unido a lo anterior, saber si el nacionalismo logrará el mejor resultado de su historia. La suma de los votos abertzales siempre ha superado el 50%, excepto en 2009. Entonces, con Batasuna ilegalizada, se quedó en el 48,28%. El récord data de 1986, tras la escisión del PNV: 67.89%

Según la macroencuesta de Ikerfel para EL CORREO del domingo, PNV y EH Bildu pueden sumar un 67,30% de las papeletas. Porcentaje que aún puede ser más elevado porque Sumar y Podemos insisten en ir por separado y llevar al suicidio a su espacio político. Lo habitual en la izquierda radical.

En 1986 aquella marea de voto abertzale terminó en el primer Gobierno de coalición PNV-PSE. Eso sí, el pacto llegó después de que los socialistas fueran la fuerza con más escaños -los peneuvistas ganaron en votos-. Y de que las negociaciones PSE-EA-EE para conformar un tripartito progresista fracasaran por las exigencias de Garaikoetxea: la trasferencia de la gestión del régimen económico de la Seguridad Social, que aún hoy no se ha producido.

Ahora, PNV y PSE se muestran decididos a reeditar su entente, gane EH Bildu o los jeltzales, siempre que obtengan escaños suficientes o alguien se los preste. El ‘modelo Pamplona’ que dice defender Otegi -pacto de todas las fuerzas progresistas, entre las que sorprendentemente incluye al PNV- es un brindis al sol. En Navarra el PSN ha tenido que tragar y regalar la Alcaldía de Pamplona a los herederos de Batasuna porque Sánchez les necesita en el Congreso. Aquí es diferente. Otegi se conforma con avanzar en el blanqueamiento que le está regalando Sánchez. La prueba, que su candidato a lehendakari, el joven pero ortodoxo Pello Otxandiano, se permita referirse a ETA como «ciclo político» e insiste en negarse a condenar su historia criminal.

Pero más allá del color del Gobierno vasco, los números no son lo de menos. En especial en una legislatura en la que, si dura, los nacionalismos no ocultan su plan de abrir el melón del derecho a decidir y, aquí, de ese guadiana llamado nuevo estatus vasco. ¿Llegará entonces la pinza PNV-EH Bildu?