Jon Juaristi-ABC
- Xabier Markiegi no fue sólo una de las principales figuras de la resistencia democrática a ETA, sino también un gestor eficaz de la acción cultural exterior de España en tiempos difíciles
El lunes, tras conocerse el fallecimiento, el día anterior, de Xabier Markiegi Candina, ‘El País’ publicó dos sucesivos obituarios, el segundo de los cuales desmentía parcialmente al primero, donde se caracterizaba a Xabier como antiguo dirigente ‘socialista’. Ya el posterior cambiaba este marbete por el de ‘izquierdista’, más infeliz aún, y recurría al testimonio de Ramón Jáuregui, que, amén de confirmar que Markiegi nunca militó en el PSOE, se refería al hecho de que este hubiera sido profesor, en diversos centros de La Salle, del propio Jáuregui, del senador del PNV Iñaki Anasagasti y de Arnaldo Otegi. Este último extremo, que podría parecer curioso, amén de aleatorio, no lo es tanto. El País Vasco es muy pequeño, y los que
dedicamos buena parte de nuestra vida en él a la enseñanza solemos contar entre nuestros exalumnos políticos a gente muy variada (sin ir más lejos, quien esto escribe ha sido profesor de Aitor Esteban y de Alfonso Alonso). En cuanto a sus militancias, Markiegi sólo fue miembro (y dirigente) de Euskadiko Ezkerra, el partido de Bandrés y de Mario Onaindía, que terminó fusionándose con el de Jáuregui en 1993, dando lugar al actual PSE-EE, del que tanto Markiegi como yo mismo (y Bandrés) quedamos fuera. Como es sabido, tras dicha fusión, Xabier ejerció como primer Ararteko o Defensor del Pueblo en el Parlamento vasco. Años después, estando yo al frente del Instituto Cervantes, fue director del Centro de Rabat, desde el que coordinó con eficacia y valentía al gran equipo de directores de los otros centros en Marruecos (Miguel Spotorno, Mikel Azurmendi, Marian García Collado), que los mantuvo abiertos y activos durante la difícil crisis sucesiva de la segunda guerra de Irak, del incidente de Perejil y de los atentados del 11-M.
Xabier Markiegi no venía de la ETA del franquismo, al contrario que casi todo el resto de dirigentes ‘euskadikos’, lo que explica, entre otras cosas, que mi amistad con él datara sólo de comienzos de los ochenta, cuando entré en una Euskadiko Ezkerra ya claramente democrática y constitucional, cuya evolución había sido, en gran parte, mérito de Xabier. Debo mi amistad con él y con su esposa, Begoña Bernaola, a la de otros dos amigos comunes también desaparecidos: al propio Mario Onaindía y a mi compañero de infancia (y de prisión bajo el franquismo) Josepe Zuazo, que pasó sus últimos meses en casa de los Markiegi, bajo los cuidados de Xabier y Begoña. Por cierto, la muerte de Xabier ha sido precedida en sólo unos días por la del escritor Jorge Martínez Reverte, otra de las amistades que adeudé a Mario. Sobra decir que los cuatro -Xabier, Mario, Jorge y Josepe- se cuentan en el cogollo de mis sombras queridas, las que espero que me monten, en día que intuyo no muy lejano, un recibimiento sin demasiados reproches en la única peña a la que me gustaría pertenecer durante toda la eternidad. A ver si hay suerte.