Alejo Vidal-Quadras-Vozpópuli
- Lejos de reaccionar con coraje y decisión nos ponemos a discutir el número de menas que recibirá cada comunidad autónoma
Marruecos es para España a la vez un socio comercial, un vecino incómodo y un potencial enemigo. Lo que está claro que no manifiesta es voluntad de ser un aliado leal ni un amigo fiable. Las relaciones con nuestro vecino del sur desde la Transición han pasado por períodos de tranquilidad relativa interrumpidos con excesiva frecuencia por chispazos de conflicto o por crisis materializadas en enfrentamientos con choques fronterizos, amenazas mutuas y desaires deliberados. Ambos países tienen una estrategia sobre su interacción mutua, que se concreta en movimientos tácticos basados en circunstancias variables o en errores o aciertos del otro. La estrategia marroquí está clara: mantener a España bajo presión con sus aspiraciones a incorporar al reino alauita Ceuta y Melilla y en un segundo plano, Canarias. Por supuesto, no entra en los planes del rey de Marruecos ni de las elites militares, religiosas y económicas que sostienen su régimen autocrático emprender una guerra abierta con España a banderas desplegadas, carros de combate escupiendo fuego y cazabombarderos atacando nuestras ciudades. Aparte de que semejante locura no sería tolerada por la comunidad internacional, sus posibilidades de victoria serían nulas. Por consiguiente, Marruecos practica respecto a España una técnica de desgaste paciente y corrosivo utilizando las armas de que dispone para doblegarnos: su control de la espita de la emigración, tanto propia como subsahariana, el intercambio de información y la cooperación en la lucha contra el terrorismo yihadista y los acuerdos de pesca bajo cobertura comunitaria.
En cuanto a la estrategia española, consiste en mantener a Marruecos calmado y satisfecho mediante la ayuda al desarrollo, la financiación de la aportación marroquí a la contención de los saltos, pateras y cayucos, así como a las labores de inteligencia antiterrorista, la intensificación de los intercambios comerciales y la amistad fraternal entre las respectivas casas reales.
Se manejan como hipótesis la escasa capacidad neuronal de la ministra del ramo, la frivolidad del presidente o una artera maniobra de Podemos
La reciente irrupción en Ceuta de varios miles de asaltantes de la frontera, muchos de ellos menores de edad, auspiciada y organizada por el gobierno marroquí como represalia a la acogida en un hospital de Logroño para su tratamiento del líder polisario Brahim Ghali, es un ejemplo de libro de error táctico garrafal por parte de España. No está claro qué cerebro privilegiado en el Palacio de Santa Cruz o en La Moncloa accedió a semejante disparate, sin justificación alguna, ni humanitaria ni política. Desde luego, en la historia de las relaciones internacionales, el traslado de Ghali a territorio español pasará a los anales de las estupideces diplomáticas con todos los honores. Se manejan como hipótesis la escasa capacidad neuronal de la ministra del ramo, la frivolidad del presidente o una artera maniobra de Podemos basada en las mencionadas características de los autores del desaguisado. Con decir que hasta Marlaska se dio cuenta de que la burrada era de calibre estratosférico, poco hay que añadir. Ghali se podía haber quedado en Argel, donde hay hospitales públicos y clínicas privadas perfectamente dotadas para tratar un caso grave de covid, con todo el respeto debido a Logroño.
Un ególatra compulsivo
Este episodio lamentable, que ha puesto de manifiesto la idiotez de un lado y la falta de escrúpulos del otro, ilustra adecuadamente la presente situación. Si juntamos un gobierno dividido sobre una cuestión de Estado, con un jefe a la cabeza sin un dedo de frente, una responsable de Exteriores escandalosamente incapaz, una nación desgarrada internamente por secesionistas que paradójicamente son aceptados como socios por el Ejecutivo, el apoyo decidido de Estados Unidos a Marruecos y el único que podría arreglar el asunto exiliado en Emiratos, no es extraño que Rabat haya saltado sobre la ocasión y se dedique a explotarla a fondo. Si somos percibidos como un país debilitado por las dudas sobre su propia existencia y regido por un tropel deslavazado de extremistas y de inútiles mandados por un ególatra compulsivo y sin principios, lo raro sería que nuestros adversarios no nos tirasen a placer de la barba.
Es evidente que la única respuesta al ataque marroquí que hubiese frenado su agresividad hubiera sido devolver de inmediato al otro lado de la frontera a todos y cada uno de los invasores, con independencia de su edad, es decir, demostrar que si Marruecos recurre a métodos aviesos y contrarios al derecho internacional, a nosotros no nos tiembla el pulso a la hora de valernos de los mismos procedimientos. Sin embargo, lejos de reaccionar con coraje y decisión nos ponemos a discutir el número de menas que recibirá cada Comunidad Autónoma o, desbordados por los problemas actuales, a fantasear sobre 2050. Este Gobierno de nuestras desgracias oscila entre lo ridículo y lo patético. Mientras siga en el poder, Marruecos y cualquier otro actor internacional que pretenda humillarnos o imponernos sus pretensiones saben que tienen el camino abonado.