IGNACIO CAMACHO-ABC
- La movilización de la derecha tiene un problema, y es el de mantener la inercia sin que afloje el músculo de la protesta
Tiene la derecha ganas de protesta. Una movilización continua, serena y, salvo alguna minoritaria excrecencia ultra, sin atisbo de violencia. Hay un fondo de saludable responsabilidad cívica en esta marea callejera: el electorado liberal y conservador se niega a resignarse ante una crisis constitucional cada vez menos encubierta. También hay frustración, para ser sinceros, una cierta rabia por el inesperado gatillazo electoral que dejó a Sánchez una puerta abierta por la que escapar de la derrota que anunciaban las encuestas, pero el sentimiento dominante es el espíritu de resistencia, la voluntad de combatir una ignominia política que empezó con la negociación de la investidura mano a mano con el prófugo de Bruselas, siguió con el proyecto de ley de amnistía y desemboca, por ahora, en esa farsa esperpéntica de los mediadores extranjeros en Ginebra. Con todo, la movilización tiene un problema y es la dificultad de mantener la inercia, el peligro de una lógica deflación que permita al presidente vencer por cansancio y mantener su agenda libre de interferencias cuando la queja decrezca. Ése es el reto de la oposición, que siempre tiende a desgastarse más que el Gobierno porque carece de los instrumentos con que el poder maneja la iniciativa, propone los debates y marca los tiempos. El sanchismo confía en el efecto de la consunción, en la fatiga natural de un músculo ciudadano que más pronto o más tarde dejará de estar tenso. En un declive por agotamiento.
La izquierda juega con la ventaja de que, convencida de hallarse en el lado correcto, no suele inmutarse ante las expresiones de rechazo de la calle. (En sentido contrario sucede al revés: los dirigentes conservadores en toda Europa, con la excepción histórica de Thatcher, tienden a ceder ante las reclamaciones sociales). Para sostener el pulso será necesario algo más que ganas y aguante: una conciencia colectiva de que la situación es objetivamente grave y un liderazgo capaz de encontrar ideas de arrastre. En ese sentido, el PP dispone de una hegemonía territorial susceptible de erigirse en un contrapoder relevante, con fuertes anclajes institucionales. Ayer, Juanma Moreno supo aprovechar una conmemoración de la primera marcha por la autonomía para levantar, envuelto en la bandera blanquiverde, una reivindicación contra la desigualdad implícita en el pacto entre el Ejecutivo y los separatistas. La salvaguarda del modelo de la Transición, que es lo que está en juego, ha de ir más allá del repudio a la amnistía: se trata de defender la estructura del Estado frente a una acometida deconstructiva. Nadie dijo que vaya a ser fácil; ninguna travesía del desierto resulta liviana ni confortable. La cuestión es si merece la pena esforzarse, si existe cohesión y fibra moral para emprender un viaje, quizá largo y desasosegante, que puede conducir a la alternativa… o a ninguna parte.