Santiago De Pablo-El Correo

La historia tiene que representarse de forma atractiva en pantalla

La representación audiovisual de ETA tiene ya una larga historia desde la Transición, paralela en parte a la cambiante actitud de la sociedad ante el terrorismo y sus víctimas. La serie ‘La línea invisible’, dirigida por Mariano Barroso y estrenada recientemente en Movistar+, supone un hito en esta evolución por varios motivos. En primer lugar, hasta ahora se habían estrenado largometrajes y cortometrajes cinematográficos, telefilmes e incluso series documentales televisivas sobre la organización terrorista, pero es la primera vez que se dedica una serie completa a narrar su historia a través de la ficción.

En segundo lugar, casi toda esta producción se había centrado en una ETA ya desarrollada, abordando hechos ficticios o históricos, como el proceso de Burgos (1970), el atentado contra Carrero Blanco (1973), la Transición, los GAL, la implicación de Francia en la lucha contra ETA, las negociaciones entre esta y el Estado, los asesinatos de Yoyes (1986) y de Miguel Ángel Blanco (1997), etcétera. Por el contrario, ‘La línea invisible’ trata, si no de la primerísima ETA -aunque un ‘flash-back’ muestra el momento en que se decide su nombre-, sí de su situación a finales de los años sesenta, cuando cometió sus primeros asesinatos.

Por último, la serie muestra la figura de Txabi Echebarrieta, «el primero en matar y el primero en morir», y de sus compañeros, mostrando sus diferentes caracteres, sus discusiones ideológicas y estratégicas, sus temores, pero también su determinación de pasar de las palabras a los hechos, eligiendo voluntariamente la violencia. En esto, ‘La línea invisible’ se parece a la inmensa mayoría de las películas que, durante mucho tiempo, se centraron exclusivamente en los victimarios, dejando a las víctimas en un segundo plano. Sin embargo, Barroso da un paso más, siguiendo el camino abierto por filmes como ‘Yoyes’ (2000), ‘Asesinato en febrero’ (2001), ‘Trece entre mil’ (2005) o ‘Todos estamos invitados’ (2008) y pone el foco en las víctimas de ETA. Lo mismo que sucede con Txabi, la recreación de los caracteres de José Antonio Pardines y Melitón Manzanas -las dos primeras víctimas, tan distintas entre sí- funciona a la perfección. En el caso del inspector Manzanas, se huye de caricaturas o de excesos, incluso cuando se muestran las torturas ejercidas por la Policía. La construcción del personaje de Pardines es especialmente inteligente, con la dificultad añadida de no haber apenas datos sobre él. Refleja también la vida de la Guardia Civil en el País Vasco de la época, en que la tensión provocada por la represión de la dictadura era compatible con una cotidianidad más normalizada.

El gran esfuerzo de producción y un notable equipo artístico contribuyen a hacer creíble la trama. Se nota, además, el asesoramiento histórico de Gaizka Fernández Soldevilla, uno de los mejores expertos en la historia de ETA. Los asesinatos son representados de acuerdo al conocimiento histórico que hoy tenemos sobre ellos; multitud de detalles, personajes (aunque algunos aparezcan con otros nombres), lugares y atentados reales contribuyen a su verosimilitud. No obstante, nadie debe esperar una absoluta exactitud, cuando se habla por ejemplo de la V Asamblea, de la biografía de Txabi -algo heroizado, como pasa siempre con los protagonistas- o de la actitud del clero vasco, más heterogénea de lo que se presenta en la pantalla. Y es que, tal y como indica Robert Rosenstone, gran especialista en las relaciones entre historia y cine, el género histórico necesariamente tiene que inventar y condensar para representar de modo atractivo la historia en la pantalla. En este sentido, ‘La línea invisible’ contiene varios ejemplos de lo que este autor llama «invención adecuada», según la cual un personaje o un hecho fabulado sirven para explicar una realidad histórica.

Para no perder la costumbre, dado el riesgo que aún supone acercarse a ETA desde la ficción, el estreno de la serie ha provocado algunas controversias, quizás menores de lo esperado debido a la situación actual. Según algunos, serviría para «blanquear a los terroristas» o para «humanizar» a los asesinos (como si los asesinos no fueran humanos). Hay incluso quien ha escrito -quizás antes de verla, pues si no, esta afirmación no tiene sentido- que se trata de «una ocasión perdida para honrar la memoria del guardia civil José Antonio Pardines». Otros, por el contrario, han dicho que en ella «se disculpa a un torturador y se difama a un luchador antifascista», produciendo un «blanqueamiento y exculpación del fascismo». Pero, más allá de estas opiniones contradictorias, ‘La línea invisible’ es una serie honesta, que no deja lugar a dudas sobre su compromiso ético frente a la dictadura y frente a ETA, tal y como queda claro en la secuencia final.