Iñaki Ezkerra, ABC 09/11/12
Porque lo de Mas no es el ridículo. Es mucho más o Mas.
Es el radical-ridiculismo.
CUANDO el año pasado por estas fechas estuve con un pariente mío de seis años en Orlando (se llama Dieguete y yo le llamó cariñosamente «mi casi nieto») nos recibió Mickey Mouse en persona y estuvimos media hora departiendo con él. O sea que tuvimos más éxito que Artur Mas en su viaje institucional a Moscú. Artur, el hombre, quiere internacionalizarse, poner su Lizarra mediterránea en el mapa del mundo, pero el mapa se resiste. Dirá lo que quiera a sus nacionalistas, pero su delirio ya ha sido derrotado en ese hotel fantasmal a orillas del río Moscova como el de Jack Nicholson en el hotel de «El resplandor». Sin duda, soñaba con otra cosa. Soñaba con los tanques de La Moncloa, pero le ha vencido el frío invernal o la frialdad oficial como a un mininapoleón cutre y posmoderno. Y es que a Artur Mas los rusos, sin enterarse, le han hecho lo que le hicieron a Bonaparte: dar la espantada antes de que llegara.
Lo veo recorriendo un Moscú helado y desierto con su ostentoso y multitudinario séquito; con lo más granado de esos trescientos generales que dice que tiene en su funcionariado; con esa cabalgata de altos cargos y cargos de medio pelo; con los camellos, los pajes, los pastorcillos, las ovejas, las cabras, los alcaldes de Badalona, de Reus, de Mataró, de Cambrils; con el cónsul de las islas Seychelles subido a una carroza festiva junto al Caganer y saludando victoriosamente a la nada. Yo es que pienso en esa corte de los milagros y me parece que hay que amortizarla, reeditarla en la víspera de los próximos Reyes Magos por las Ramblas barcelonesas para que disfrute la chavalería. Yo es que creo que a Putin se le pusieron los huevos de corbata al enterarse de la legión que se le venía encima; que consultó a algún ex soviético mariscal Kutúzov de turno y que decidió hacer como el Zar Alejandro I, que huyó con sus ejércitos en aquel 1812 del que este año se cumple (¿casualidad o destino?) el bicentenario. A Mas no le ha derrotado el nacionalismo español sino el general Invierno de la indiferencia; la gelidez de esta época que no está para bromas; las infecciones que no curan los Servicios de Salud catalanes; la gangrena, el hambre y los sabañones de la realidad.