IGNACIO MARCO-GARDOQUI-EL CORREO
Ya sabe que a los economistas nos resulta muy difícil explicar el pasado y prácticamente imposible prever el futuro. La culpa no es nuestra, que oficiamos una ciencia social escasamente científica, sino suya. Sí, de usted, que nunca acomoda su comportamiento de gasto, de ahorro y de inversión a lo que se espera. Hace bien, está en su derecho, pero no se queje de los errores que cometemos. Viene esto a cuento de que ayer tuvimos una nueva previsión de la economía española, realizada nada menos que por el Fondo Monetario Internacional. Esperemos que, está vez también, se equivoque porque el panorama que nos presenta no es muy halagüeño. Allí donde el Gobierno veía un crecimiento del 6,5% del PIB en 2021 y otro del 7% en el 2022, que fueron las bases sobre las que calculó sus presupuestos, el organismo internacional prevé un 4,9% y un 5,8% respectivamente. No tan malo como la última previsión realizada por el Banco de España, pero es peor que la del Gobierno y que las suyas propias adelantadas hace tres meses.
Este ennegrecimiento de la economía española no es un caso aislado y singular, pues forma parte de un empeoramiento global del conjunto de la economía mundial a causa de la prolongación de la pandemia -que no cesa- y de los problemas de los suministros, que agravan el proceso inflacionista alimentado por la elevación de los costes y la laxitud de la política monetaria que practican los bancos centrales y que inunda de liquidez a los mercados. Ya sabe que si la masa monetaria crece más que la oferta de bienes y servicios, el mercado tiene la manía de buscar el nuevo equilibrio en una elevación general de los precios, que es precisamente lo que sucede en estos momentos.
Lo que sí es singular y propio de nuestros país es el desbarajuste y el descontrol en la canalización de las ayudas europeas hasta sus destinatarios finales. El Gobierno se harta de apabullarnos con la ingente cantidad de dinero que consigue en Bruselas, pero no es capaz de decir dónde se encuentran los dineros, atascados en la espesa marea burocrática de las diferentes administraciones competentes en la materia. Una competencia que no añade ningún valor y que, al contrario, lo destruye al eternizar los procesos y causar desánimo y renuncia entre los inversores. El descaro con el que nos asegura que «los datos se conocerán cuando se dispongan» es una forma de reírse de nosotros muy poco sutil. La solución depende solo de nosotros. Así que carece de disculpa y perdón