IGNACIO CAMACHO-ABC

  • Obsesionado por aplicar el cordón sanitario a machamartillo, Sánchez va a terminar por ceñírselo a sí mismo

Hasta la irrupción de Sánchez, en la política y en la opinión pública españolas se consideraba una virtud que las leyes tuvieran consenso. Es decir, que fuesen negociadas y aprobadas con una base más amplia que la de la mayoría de gobierno, a ser posible la formada por los dos grandes partidos sistémicos. Así se redactó la Constitución y desde entonces el acuerdo entre PP y PSOE ha sido una especie de garantía de éxito que por sí misma minimizaba los posibles defectos. Era otro tiempo. Ahora se trata de legislar de manera unilateral, dogmática, sin pactar nada con la representación parlamentaria de la media España que por no ser de izquierdas debe quedar excluida y a ser posible arrinconada. Y eso sucede precisamente cuando el Ejecutivo se apoya en la mayoría más precaria desde la refundación democrática, una amalgama de partidos (mal) cohesionados por un propósito común de confrontación sectaria.

Así, la ‘línea roja’, el límite intraspasable que PSOE y Podemos se han fijado para reformar el bodrio del ‘sí es sí’ que los trae de cabeza por la alarma que han despertado las rebajas de penas, consiste en que la derecha no participe en la corrección de ninguna manera. Esa cerrazón no proviene sólo del partido de Iglesias, que se ha labrado un hueco político a fuerza de radicalismo e intransigencia, sino que los socialistas se han apresurado a repudiar cualquier colaboración proveniente de fuera del estrecho círculo de sus alianzas estratégicas. Ante la oportunidad de que la oposición les ayude a salir del lío en que se han metido por despreciar las advertencias unánimes de todos los órganos consultivos, prefieren aplicar la teoría del cordón sanitario a machamartillo aunque terminen ciñéndoselo a sí mismos. Más vale solos que bien acompañados, no vaya a parecer que se cambian de bando o que la realidad les obliga a torcer el brazo.

Cuestión distinta es si el PP acierta ofreciéndoles su respaldo por anticipado, desoyendo la máxima de que cuando el adversario se equivoca no conviene distraerlo ni despistarlo. Quizá Feijóo considere que su condición de ‘presidente a la espera’ le obliga a intervenir en lo que al fin y al cabo, por su enorme repercusión social, se ha convertido en un asunto de Estado que concierne también a su liderazgo, o acaso cuente de antemano con el rechazo y sólo pretende dejar su responsabilidad a salvo metiendo de paso una cuña de discordia entre los coaligados. Como a estas alturas no puede creer en la buena fe del sanchismo cabe colegir que sus movimientos están medidos y que un dirigente de su experiencia no se va dejar arrastrar al precipicio. Lo más probable es que la enmienda en ciernes provoque otro enredo jurídico y una vez vista encuentre motivos de sobra para retirar el apoyo prometido. El consenso pierde todo su sentido positivo cuando, además de no ser ofrecido, sirve para consolidar un desatino.