Álvero Nieto-Vozpópuli
- Mientras los votantes del partido en el Gobierno sean incapaces de criticar lo que hace mal, España estará condenada a esperar muchos años hasta que se haga justicia por los dislates de hoy
El pasado 23 de enero se cumplió un año desde que Vozpópuli desvelara la gran exclusiva de 2020: la reunión del ministro de Transportes, José Luis Ábalos, con la vicepresidenta de Venezuela, Delcy Rodríguez, dentro de un avión y de madrugada en el aeropuerto de Madrid.
Aquella información vio la luz porque encontramos tres fuentes que la confirmaron a pesar de que el Gobierno la negaba reiteradamente. Como es sabido, una vez publicada, Ábalos incurrió en no menos de diez versiones distintas… y meses más tarde los jueces acabaron por confirmar punto por punto el relato de este periódico, si bien dejaron los hechos sin castigo al considerar que debe ser la Unión Europea quien dilucide la sanción que merece España por permitir el acceso a territorio comunitario a una persona que tiene prohibido pisarlo.
Independientemente del recorrido judicial del caso, que todavía podría dar alguna sorpresa, lo asombroso es que haya pasado un año y el afectado siga siendo ministro. El muy ufano se pavonea diciendo que el caso ha sido archivado en los tribunales, como si eso le eximiese de sus responsabilidades políticas por celebrar una reunión clandestina con la responsable de un régimen autoritario que no puede pisar la UE o por mentir reiteradamente sobre ello. Además, resulta que después de ese asunto este periódico le sacó los colores varias veces con motivo de los contratos de material sanitario adjudicados a dedo durante el estado de alarma. Pero ni con esas.
Si Ábalos ha llegado vivo políticamente a enero de 2021 es por varias razones. Primero, porque la sociedad española lo ha permitido. Nuestros estándares éticos están por los suelos, a nadie parece preocuparle lo que hagan o digan nuestros dirigentes. Vale todo. Nadie exige ya la asunción de responsabilidades por los errores cometidos. De lo contrario, no se hubiera tolerado que personajes como Fernando Simón, Salvador Illa o el propio Ábalos hubieran mantenido su puesto.
Para ser justos, sí ha habido una parte de la sociedad que ha exigido su salida: los que no votan al PSOE. Y ese es el mayor drama que padece España: un profundo sectarismo que impide a los votantes de un partido político criticar a sus dirigentes cuando están en el ejercicio del poder, no vaya a ser que lo pierdan y gobierne la otra España. Cuando Pedro Sánchez sea historia, y esta pandemia se nos haya olvidado, seguro que los socialistas sensatos no tendrán ningún rubor en admitir todas las tropelías que estamos viviendo hoy. Pero ahora, calladitos todos. El que se mueva, no sale en la foto. Mientras Sánchez sea presidente, gozará del silencio cómplice de legiones de mandilones que, una vez caiga en desgracia, acudirán prestos a hacer leña del árbol caído.
Si en España fuéramos algo más rápidos exigiendo responsabilidades, nos ahorraríamos muchos disgustos y dinero, porque con demasiada frecuencia nos pasa que los grandes escándalos de corrupción acaban aflorando al cabo de los años, el día que un comisionista deja de cobrar lo prometido, se cabrea y tira de la manta. El ‘caso Gürtel’, tan manoseado por algunos, es un ejemplo de ello. Otro es el de Eduardo Zaplana y Jaume Matas, dos políticos que siempre levantaron múltiples sospechas. Cualquiera con dos dedos de frente que los hubiera tratado alguna vez sabía que aquellos jetas no eran trigo limpio… pero tuvimos que esperar demasiados años hasta verles desfilar ante un juzgado.
Los Gürtel del mañana se están fraguando hoy. Los Zaplana y Matas del futuro están ahora en activo. Y, pese a ello, una gran parte de España ha decidido mirar para otro lado.
Los Gürtel del mañana se están fraguando hoy. Los Zaplana y Matas del futuro están ahora en activo. Este periódico, con sus modestos recursos, hace lo que puede, pero una gran parte de España ha decidido que hay que mirar para otro lado. Da igual si el Gobierno se salta la separación de poderes con la reforma del Poder Judicial, si bordea la legalidad con un decreto antidesahucios o si gasta dinero a espuertas sin el menor control con la excusa de la pandemia (lean a propósito de lo segundo este brillante artículo de Guadalupe Sánchez).
Leña al débil
Tampoco ayudan mucho los medios de comunicación, tradicionalmente apocados con el poderoso y valientes con el débil. Porque al que tiene el BOE y la publicidad institucional en la mano conviene no morderle, y ahí están como ejemplo los 112 millones de euros que acaba de licitar el Gobierno. Cuando el rey Juan Carlos era el jefe del Estado, sólo Jesús Cacho y otros cuatro gatos denunciaban sus conductas y amistades peligrosas. Cuando ha dejado de estar en primera línea, le han salido críticos por todos lados que, por supuesto, ahora dicen que conocían sus andanzas desde siempre.
Y algo de eso hemos visto también con la salida de Donald Trump en los Estados Unidos. Que el tipo era un patán lo sabíamos todos desde el principio, pero casi nadie se atrevió a criticarle en su propio partido mientras era el hombre más poderoso de la tierra. El vídeo de Arnold Schwarzenegger, tan eficaz y conmovedor, no deja de ser la demostración más palpable de lo cobarde que puede llegar a ser el ser humano. ‘Arnie’, querido, ese vídeo había que haberlo hecho a las primeras de cambio, no cuando Trump ya estaba derrotado. Lo mismo cabría decir de esas grandes empresas que manejan las redes sociales, que le han cerrado las cuentas a Trump cuando apenas faltaban unos días para que abandonase la Casa Blanca… ¡pero si llevaba años diciendo chorradas a todas horas!
La valentía hay que demostrarla con el que manda, no con el que ya es historia. La gallardía hay que mostrarla cuando las probabilidades de que te partan la cara son altas. Lo demás son gestos para la galería.
La valentía hay que demostrarla con el que manda, no con el que ya es historia. La gallardía hay que mostrarla cuando las probabilidades de que te partan la cara son altas. Lo demás son gestos para la galería. Y aquí ha llegado la hora de los valientes. Gente que piense en el bien común por encima de salvar su pellejo o conseguir no sé qué ayudas gubernamentales. Personas que antepongan sus principios por encima de cualquier otra cuestión.
Nadie está diciendo que España se haya convertido en una peligrosa dictadura, pero es evidente que se están dando importantes retrocesos en cuestiones básicas en una democracia: separación de poderes, respeto al Estado de derecho o la mera transparencia. Resulta paradójico que un Gobierno plagado de licenciados en Derecho sea el que esté poniendo contra las cuerdas todo eso. Y lo seguirán haciendo mientras nadie diga nada.