Isisdoro Tapia-El Confidencial
Estos días no estamos hechos de sueños, sino de tela, de algodón o de nailon. Estamos hechos del material de las mascarillas. Del de los respiradores mecánicos, de lo que nos falta
En su comparecencia del pasado fin de semana, Pedro Sánchez afirmaba que “ahora tenemos la certeza del material del que estamos hechos”. Shakespeare escribió, mucho antes, que estábamos hechos de la “misma materia que los sueños” (en un pasaje de ‘La tempestad’, la línea es incluso más simple y hermosa en su idioma original: ‘We are such stuff as dreams are made on’). Estos días, al menos yo, no soñamos por las noches.
Las noches son solo un duermevela que enlaza las preocupaciones y angustias de un día con las del siguiente. Estos días no estamos hechos de sueños, sino de tela, de algodón o de nailon. Estamos hechos del material de las mascarillas. Del de los respiradores mecánicos. Estamos hechos de lo que nos falta. Es de agradecer recibir palabras de ánimo estos días. Cualquier ayuda es poca. Aunque el ánimo lo podemos encontrar en muchos sitios: el ánimo nos espera todos los días a las ocho de la tarde, cuando aplaudimos en las ventanas, no solo para reconocer el esfuerzo titánico del personal sanitario sino también para convencernos de que tal vez estemos aislados, pero no estamos solos en esta batalla. El ánimo está por las mañanas, cuando escuchamos el ‘facciamo finta che’ que Carlos Alsina ha convertido en un himno de la resistencia. O por las noches, derrotados de cansancio, cuando vemos series en Netflix o en HBO. O incluso leyendo a Shakespeare, si acertamos a robar un rato de soledad a nuestros hijos y a nuestras preocupaciones. Pero hay algo, en cambio, que no podemos hacer por nosotros mismos (por muchas clases de costura o impresoras 3D que desempolvemos): traer las mascarillas o los respiradores. Es eso, por encima de todo, lo que debería ocupar a nuestros dirigentes políticos.
En su comparecencia, Sánchez anunció la distribución de 1,3 millones de mascarillas a las CCAA. La presidenta de la Comunidad de Madrid había solicitado unos días antes 14 millones solo para esta región. El Gobierno andaluz anunció esta semana la adquisición de tres millones de mascarillas procedentes de China, utilizando la capacidad logística de Inditex. Galicia, por su parte, ha anunciado la compra de ocho millones. ¿Qué ha sucedido para que el Gobierno central tarde más de 10 días en adquirir apenas un millón de mascarillas mientras las CCAA adquieren varias veces esta cantidad en apenas unas horas?
¿Por qué entonces lo que parecía una buena idea ya no lo es? Por varios motivos: en primer lugar, porque la realidad del mercado era muy distinta. No había una situación generalizada de escasez, al menos hasta hace unos días (antes de que la crisis golpease también a EEUU). China lleva produciendo material sanitario desde hace semanas a un ritmo frenético, y la contención del virus en este país ha hecho que gran parte de este material esté ahora disponible. Las CCAA están más habituadas a abastecerse de productos sanitarios, conocen a los proveedores y tienen listos los modelos de contratos. El Ministerio de Sanidad, en cambio, tiene desde hace años una estructura enclenque, insuficiente para organizar aprovisionamientos de esta envergadura en plazos breves. Habla por sí sola la comparación entre un ministerio que desde hace días anuncia la llegada de material sanitario (que no termina de llegar) y la mucho mayor agilidad demostrada por las CCAA o incluso por empresas privadas como Inditex.
A la vista de esta realidad, es necesario corregir el rumbo: en las circunstancias actuales, lo aconsejable es que sean las propias CCAA las que se abastezcan directamente de material sanitario, si es necesario relajando las reglas de gasto (es incomprensible que esto no se haya acordado ya) para evitar que choquen contra restricciones presupuestarias. Mientras, el ministerio, en lugar de mantener el monopolio del aprovisionamiento, como torpemente ha intentado durante los primeros días, debe reservarse un papel de garante de última instancia, asegurando que situaciones de escasez en una comunidad (como sucede ahora con Madrid, pero posiblemente ocurra en otras regiones) sean remediadas con el material disponible en otras comunidades, o con las camas disponibles en los hospitales. Alemania, Suiza y Luxemburgo están acogiendo enfermos de Covid-19 de Francia. Cuesta entender por qué los enfermos de Leganés no pueden ser atendidos en el hospital de Toledo.
El segundo motivo de los desajustes de estos días, en mi opinión, es más preocupante. El Gobierno de Sánchez tiene una debilidad casi enfermiza por la imagen, y mucho menos interés por la logística de los detalles. Precisamente cuando en esta crisis necesitamos toneladas de lo segundo. Para presentar el decreto de alarma, comparecieron los cuatro ministros responsables (las “autoridades competentes”, en desafortunada expresión del decreto) flanqueados por militares del máximo rango. Una imagen impactante. El Estado con mayúsculas, dijeron algunos. Más de 10 días después, semejante exhibición de músculo del Leviatán se ha mostrado incapaz de comprar las mascarillas que los hospitales de Andalucía consumen en un solo día. Ya ni hablemos de suministrar mascarillas a los ciudadanos.
El propio decreto facultaba al ministro para “hacer requisas temporales” o “intervenir transitoriamente industrias” (artículo 13). Pocos días después, con gran pompa mediática, el Gobierno anunciaba la incautación por la guardia civil de 150.000 mascarillas en una fábrica de Jaén. Faltó explicar en la rueda de prensa que el material no estaba escondido por un depravado acaparador, sino que se trataba de un pedido de la propia Junta de Andalucía. Como era previsible, el resto de suministradores de la Junta paralizaron su producción durante días, temerosos de que una actuación policial no solo les requisase el material sino que los lanzase al ojo del huracán de la opinión pública. Demasiados patinazos en apenas unos días, algo que no puede volver a suceder.
Decía al principio que todos tenemos nuestros sueños. Tal vez no los tengamos ahora, pero cuando pase esta pesadilla los volveremos a tener. El mío, el sueño que me quita el sueño, es poder despedirme de todos aquellos a los que no quiero decir adiós. También nuestros dirigentes tienen los suyos. Algunos sueñan, y está bien, con quimeras churchillianas. Guiarnos en nuestra hora más oscura con mano firme y verbo plateado, optar algún día (por qué no) no solo al reconocimiento ciudadano sino también al literario. Pero incluso Churchill hizo algo antes de prometer “sangre, sudor y lágrimas”: sacó a los soldados de Dunkerque. Así que, por favor, hagan algo antes de citar otra vez a Shakespeare: COMPREN LAS MASCARILLAS.