Uno de los grandes dilemas que tuvo Felipe González, como contó recientemente al diario español El País, fue que tuvo en sus manos la decisión de aniquilar físicamente a la cúpula de la organización terrorista ETA. No lo hizo, supongo que por razones morales.
Una de las facultades del Estado es la ejecución extrajudicial de sus enemigos. Se invoca, justamente, la “razón de Estado”, o sea, la existencia de circunstancias tan excepcionales y perentorias que justifiquen la aplicación de medidas extremas. Todo esto, por así decirlo, en defensa propia. Uno de los grandes dilemas que tuvo Felipe González, como contó recientemente al diario español El País, fue que tuvo en sus manos la decisión de aniquilar físicamente a la cúpula de la organización terrorista ETA. No lo hizo, supongo que por razones morales, pero, luego, le siguió dando muchas vueltas a la idea de que pudo haber evitado la posterior muerte de decenas de inocentes en los atentados de la banda. En Israel, un Estado indudablemente democrático, no tienen mayores dudas: utilizando tecnología de punta, lanzan misiles de precisión quirúrgica para matar a los terroristas que se esconden en el territorio de Gaza. No estamos hablando, en ninguno de los dos casos, de acciones en las que interviene el aparato judicial. Es un trabajo sucio que hubieran debido hacer los servicios especiales españoles y que realizan habitualmente las fuerzas de élite de Tsahal, el Ejército israelí. No hay tribunales. No hay juicios. No hay jueces.
Pero, hablando del tema que he tocado en mis dos últimos artículos —a saber, la ejecución pura y simple de los delincuentes en nuestro país como parte de una estrategia, de último recurso, que podríamos llamar, no tan eufemísticamente, “guerra sucia”—, ¿quién podría llevar a cabo, aquí, la tarea? Ésta, la designación de los ejecutores, sería la primera complicación en un asunto que, a partir del momento en que se plantea como una posibilidad real, resulta en un auténtico atascadero. Porque ¿vamos a defendernos de los asesinos promoviendo, a la vez, un cuerpo de matones? Y, la tarea misma, la propia labor ¿no implica una automática corrupción moral tanto de los operantes como de sus patrocinadores oficiales? Ustedes dirán…
Román Revueltas Retes, Milenio (México), 8/12/2010