IGNACIO CAMACHO-ABC
- La negociación ilegítima de la amnistía está creando una tensión civil explosiva. Pura nitroglicerina política
El atasco de la negociación de investidura muestra la evidencia de que Sánchez se ha topado con otro ventajista que juega sin reglas. El presidente es osado, marrullero, mendaz, despierto para que lo que le interesa, y su famoso espíritu de resistencia se basa en la falta de escrúpulos para saltarse límites ante los que los demás se cohíben o se frenan, pero su ejército de pelotas lo ha rodeado de una falsa reputación de estratega desmentida por las seis elecciones parciales perdidas durante su presidencia. En julio se salvó por los pelos con una campaña a la desesperada y gracias a los flagrantes errores de la derecha. Ocurre que ahora se enfrenta a su némesis, un tipo con la misma ausencia de principios e idéntica psicología aventurera. La tragedia colectiva es que el destino del país se está decidiendo entre dos logreros por naturaleza cuyos tejemanejes han creado una tensión social susceptible de desestabilizar el sistema.
En ese pulso, el jefe del Gobierno cometió un gravísimo error táctico. Tras dos meses sin referirse siquiera a la amnistía que estaba negociando, la sacó a relucir de golpe en la creencia de que el acuerdo estaba cerrado. Fallo de cálculo: desde ese momento, Puigdemont supo que lo tenía en sus manos y podía apretar hasta asfixiarlo. El prófugo nunca ha tratado a Sánchez como un socio sino como un adversario, el representante del Estado opresor que viene a implorarle respaldo dispuesto a ofrecer lo que sea a cambio. Y ha decidido disfrutar del privilegio de ver al enemigo arrodillado, con la retirada cortada, sin posibilidad de volver sobre sus pasos. Lo tiene a su merced y puede aumentar cuanto quiera las condiciones del pacto. Si se rompe la cuerda, él se quedará como está pero a la contraparte le espera un calvario. Con la sociedad española convulsionada por un estrés cívico inusitado, el líder socialista no puede ya permitirse un fracaso bajo pena de desahucio.
El drama consiste en que la amnistía prometida, ya de por sí escandalosa y humillante en una democracia, se va a volver explosiva si recoge además las últimas reclamaciones separatistas. El amparo a procesados por malversación y terrorismo –¡¡incluido el propio Puigdemont!!– augura un conflicto institucional serio con la justicia y amenaza con desatar en Europa reticencias intempestivas. Hasta para el criterio constructivista de Conde Pumpido puede resultar imposible de encajar en sus artes de prestidigitación jurídica. En el ámbito estrictamente político es material inflamable, pura nitroglicerina; el afán de ir más allá de lo admisible incluso en una arbitrariedad oportunista acercaría mucho la reelección presidencial a una operación espuria, una voladura completa de la institucionalidad legítima. El asunto ha ido demasiado lejos y sólo tiene una salida digna. La que Sánchez se resiste a tomar porque para él significa el final de la partida.