Ignacio Marco-Gardoqui-El Correo
Permítame que dedique hoy este artículo a explicarme y aclarar el que hice ayer, que obtuvo varios comentarios negativos de mis queridos y habituales ‘comentaristas’. Por cierto, ¡qué sería de mí sin ellos! Por si acaso no tuvo ocasión, o ganas, de leerlo, le diré que calificaba la estructura administrativa del Estado, basada en ayuntamientos, diputaciones, juntas generales, gobiernos autonómicos, central y europeo de exagerada, generadora de duplicidades e ineficaz. La mayoría ha interpretado que, en mi opinión, teníamos un exceso de funcionarios y me retaban a dar datos comparativos con otros países. Lo siento, no los conocía ayer y no los he encontrado hoy. Quizás porque no existen, dado que el término funcionario no es sinónimo de empleado público y de que los sistemas administrativos son muy diferentes de uno a otro lugar.
Pero en cualquier caso mi intención y mi crítica iba por otros caminos. A mí no me preocupa tanto el número total de personas que cobran del sector público (por cierto, 520.000 más a lo largo de la última legislatura), sino lo que hacen en su jornada laboral. Otra cuestión imposible de solucionar dado que nunca se realizan análisis de eficacia, ni de coste-beneficio de cada servicio.
Aún más. Ya sé que es imposible implantar el principio de ‘una responsabilidad -es decir, una competencia-, un competente’. Pero si lo malo es el gasto que provocan y las duplicidades que crean, lo peor es que cada nivel de la administración crea su propia esfera de poder y emite sus propias normas de las que le hablaba ayer, lo que echa por tierra cualquier esfuerzo por lograr un mercado interior único en España. Y eso afecta directamente a un tema crucial, a una de las grandes carencias de la empresa española, que es la pequeñez de su tamaño.
El tamaño del ‘mercado accesible’ para cualquier iniciativa empresarial no es una cuestión baladí, pues condiciona el volumen de las ventas esperadas y esperables, la inversión necesaria, el tamaño de la plantilla, etc. No cabe duda de que una gran parte de las iniciativas empresariales que fracasan aquí y que copian otras que han sido exitosas en otras latitudes, por ejemplo en Estados Unidos, se explican por el tamaño respectivo de los mercados accesibles.
Mercados pequeños y parcelados, protegidos por normas específicas y regulaciones protectoras constituyen el mayor peligro para el incremento de las inversiones, la racionalización de costes y el aumento de las plantillas. Ponga ahora ‘mercados grandes’ al principio de la frase y podrá invertir todos sus términos. Pues eso aquí, aplastados por la cantidad de ‘competentes’ que se sobreponen unos a otros, resulta imposible.