- Sánchez ha llamado piolines a los policías que fueron a Cataluña durante el intento de golpe de estado. Vaya
El apelativo de piolines a los miembros de la fuerza pública que llegaron a mi tierra en aquellas desdichadas fechas viene de que el transporte que los trajo, un barco, llevaba a babor y a estribor unas visibles imágenes del canario Piolín, el de los dibujos animados de la Warner. Piolines los apodaron con mala baba los separatas y piolines los ha llamado Sánchez en el congreso. Son los policías que se encontraron con el aplauso de la mayoría de la población catalana, harta de tanto golpista mantenido con los impuestos de todos, de tanto desmán y de tanta desatención por parte del gobierno. Los policías que, por el contrario, fueron atacados por los lazis, policías a los que muchos hoteleros y propietarios de bares negaban la entrada, bien por temor a verse expuestos al vituperio de los censores amarillos, bien porque los dueños profesaban el credo supremacista de la estelada.
Y Sánchez, que no deja charco sin pisar ni lodazal en el que hozar, ha hecho suyo el infame apodo y así los ha llamado. Piolines. Para quién no conozca al canario de los dibujos, diremos que siempre está amenazado por un gato fullero, ruín e hipócrita llamado Silvestre, que no ceja en su intento de comérselo a palo seco, sin pan ni sal. El avecilla, avispada, suele dar el toque de alarma para que su dueña, una abuelita simpática pero de escobazo presto, venga en su auxilio, diciendo “Me pareció ver a un lindo gatito”. Desde este punto de vista, la función de Piolín es utilísima. Él da la voz de alarma y evita que se cometa la tropelía. Por lo demás, Silvestre no es otra cosa que un depredador de poca monta, que víctima de sus propias fechorías cuando no apaleado por un mastín de tamaño respetable, la citada escoba de la abuelita o atropellado por lo primero que pase por ahí, sea automóvil, tren o barco.
Rajoy había sido advertido por activa y por pasiva por los piolines profesionales, así como por los de a pie: parecía acercarse un gatito estelado, no diremos si lindo o no. También lo fue cuando aquella chorrada de Artur Mas que él quiso denominar pomposamente consulta, la de las tres preguntas. Tampoco hizo nada. El separatismo, aunque cobarde, no es lerdo, y se vio con fuerza suficiente como para organizar un quilombo más grande y de ahí nació eso que ellos llaman mandato popular, que no fue otra cosa que traer a los colegios urnas repletas de papeletas desde sus casas sin control ni legalidad alguna que avalase el despropósito. El gatito se aprestaba a pegarle un zarpazo nada inocente a nuestra democracia y aunque los piolines se desgañitaron – los primeros, el CNI – nadie en el PP hizo el menor caso. Soraya se dejaba masajear por Junqueras en las fotos, Rajoy leía el Marca, el PSC demostró su brutal deslealtad al estado y el separatismo creyó que había llegado su hora. En paralelo, sus dirigentes elaboraban listas de enemigos, organizaban grupos “de acción” y se reunían con rusos.
Nada fue más allá de lo conocido que, con ser mucho, podía haber llegado a tragedia humana sin el concurso y sacrificio de aquellos piolines a quien ahora Sánchez trata como tales intentando así despreciarlos. Es lógico, el ocupante de Moncloa siempre se coloca al lado de los gatos agresores dejando a abandonados a los inocentes. Es un Silvestre apedazado de callejón que, no lo duden, más pronto o más tarde acabará vapuleado por la escoba de la yaya. Al tiempo.