JON JUARISTI-ABC

  • De la papeleta de voto se puede decir lo que los clásicos del dinero: no huele

Lo más grotesco de la última doctrina sanchista es su deslizamiento (que no puede ser del todo inconsciente) al ‘comunismo mecanicista’. Y digo mecanicista por el ejemplo del conductor de autobús, más mecánico imposible. Contrapone Sánchez el conductor de autobús al director de un canal de televisión, para decir que el voto de ambos tiene el mismo valor.

Sobre todo, si se trata de Nicolás Maduro y de Pablo Iglesias Turrión, conductor de autobús, el uno, y director de un canal de televisión, el otro. Su voto tiene el mismo valor porque ambos son intercambiables. Entre sí y con Sánchez. Misma lucha, mismo valor de voto, mismo ideal de país, o sea, Venezuela.

Es justamente a lo que el personal ha dicho «basta» ya el pasado domingo 28 de mayo, porque el Brasil de Bolsonaro o los Estados Unidos de Trump podrían ser todo lo horribles que Sánchez quiera que imaginemos, pero ni los brasileños ni los norteamericanos se morían de hambre en ellos ni escapaban en manadas de millones hacia la Venezuela de Maduro ni hacia el México de López Obrador. Más bien parece que los flujos de refugiados e inmigrantes iban en sentido contrario. Y siguen yendo hoy en idéntica dirección, hacia el Brasil de Lula y los Estados Unidos de Biden. Escapan desde Venezuela, que sigue siendo la de Maduro, y desde México, que sigue siendo el de AMLO.

Ya no cuela Venezuela. Hasta una cocinera podría presidir el Politburó, decía Lenin, pero se cuidó muy mucho de permitir que su cocinera condujera autobuses. No antes de que le preparara diariamente sus pastelillos de caviar del Caspio con mayonesa Kutuzov. Una cosa es la Revolución y otra el Estado. En la Revolución se borran los límites entre los conductores de autobús, los directores de canales de televisión y las cocineras. Pero en el Estado no, camaradas: unas son cocineras o, en su defecto, niñeras (si carecen de titulación por el Basque Culinary Center, es un suponer), y otras, ministras de igualdad. O sea que unas son más iguales que otras.

Y, por cierto, ¿alguien ha puesto en duda, desde esa derecha que ha arrasado en las elecciones del día 28, que el voto de un conductor de autobús y el del director de un canal de televisión deban tener el mismo valor? De las papeletas de voto se puede decir lo que los clásicos del dinero: ‘non olent’. Tienen un valor impersonal y abstracto, con la ventaja añadida de que todas, aunque difieran en contenido, valen lo mismo. Sólo a quien pretende comprar votos se le puede ocurrir que el enemigo cree que el de un conductor de autobús «vale menos» que el de un director de televisión, o viceversa. Y es porque sabe que hay votos que «cuestan más» que otros.

En fin, como «todo necio, confunde valor y precio», aunque vaya por el mundo plagiando tesis doctorales de Economía. Resumiendo: Venezuela ya no cuela. Entérate, payaso.