Puigdemont debe desayunar cada mañana el postre que tomaba Meg Ryan en Cuando Harry encontró a Sally para mostrar ese grado de excitación sostenida, aunque en esta ocasión y momento ha encontrado en el presidente del Gobierno algo parecido a una firme determinación de cumplir y hacer cumplir la ley, que es el primer deber de todo gobernante. El precedente golpista que sufrimos el 23-F tuvo en su resolución un intento de calmar a la fiera con lo que el maestro Umbral llamaría «una manita de yogur en los huevos» y que conocimos como El pacto del capó.
El joven Sánchez ha hecho suya esta estrategia y llama diálogo a pactar la impunidad con los golpistas. Y una compensación económica, que no es cosa de que se vayan de vacío. Todo pueblo elegido tiene derecho a la condonación de la deuda con su poco de maná. Lo propuso el gran Ábalos, aunque se lo tumbó en un pispás la brava Margarita Robles. La deuda catalana era, al cierre del último ejercicio, de 75.000 millones de euros, dos tercios de los cuales están en manos del Estado. Pero no diré yo que el secretario de Organización estuviera ayuno de razón ni de precedentes. Condonar no es imponer a un tercero una medida profiláctica. El PSC, partido-guía de los socialistas españoles, fue beneficiario de una quita por parte de La Caixa, que anotó en la arena de la playa 6,57 millones de euros de los 14,3 millones que los socialistas catalanes le debían desde 1994. Con la vara que midiéreis seréis medidos, ya lo dice el Evangelio de San Mateo y toda precaución es poca.
Rajoy se ha puesto en su sitio y cerrará el grifo del FLA, que un trimestre tras otro tiene como principal beneficiaria a la autonomía catalana. Salvo que la Generalidad demuestre semana a semana que no se gastará la pasta en preparar el objetivo ilegal del 1-O. Ya tocaba. El presidente ha seguido por fin el gran ejemplo de la maestra de mi pueblo, ya citada en esta columna, que a finales de los años 50 presidía una cofradía de damas piadosas que se reunían los domingos por la tarde con el párroco y evaluaban las necesidades de los más menesterosos. Alguno de ellos, singularmente un mendigo borrachín, Matiotas, las esperaba a la salida para pedirles la limosna. Doña Josefina negaba el óbolo con tanta piedad como cargada de razón: «A ti, no, Matías, que te lo gastas en vino». Eso que aquel buen hombre jamás se lo habría gastado en urnas.