JOSÉ LUIS ZUBIZARRETA-El Correo
- No cabe acusar al Gobierno de pasividad en la toma de medidas, pero sí de no haberlas sabido acompañar de la debida empatía con el estado de ánimo de la gente
Algo debe de haber, pues, más allá de las llamadas «medidas de gestión», capaz de propiciar la aprobación de los citados políticos en sus respectivas comunidades. Y es precisamente por la incuestionable existencia de ese «algo» por lo que no se entiende bien por qué la sola reacción de los socialistas a su fracaso y al éxito de su adversario en Andalucía esté siendo, desde el Gobierno central, una nerviosa precipitación por hacer acopio y presentar cuanto antes «medidas» concretas de gestión, nuevas o viejas, originales o copiadas, que los saquen del atolladero en que, desde el punto de vista de la aceptación popular, se hallan metidos. A todo correr se celebró ayer, sábado, Consejo extraordinario de Ministros, para aprobar y dar cuenta, en la preceptiva rueda de prensa, de las medidas adoptadas.
Nadie puede poner en duda que «gestionar» o «adoptar medidas» constituye tarea indeclinable de todo Gobierno. Probablemente, la principal. Más aún, las circunstancias tan complicadas que el país atraviesa, de honda incertidumbre e inseguridad, requieren del Ejecutivo acciones concretas y certeras que les hagan frente y las superen. Muchas no tolerarían, además, demora. Y no sería tampoco justo negar que este Gobierno las haya tomado en abundancia. El Ingreso Mínimo Vital, la reforma laboral, la subida del salario mínimo, la creación de los ERTE, la excepcionalidad ibérica y los varios planes anticrisis son sólo algunas de las más destacadas, aunque siempre insuficientes y de incierta efectividad. Lo que estas líneas pretenden cuestionar es la creencia que parece haberse instalado en el Gobierno de que aceptación popular y éxito electoral dependen, en exclusiva, de las medidas concretas que un ejecutivo adopte.
La buena gestión se le supone al Gobierno como al soldado el valor. Si no va acompañada de una serie de intangibles que la sitúen en contexto -y que, como ahora se dice, puedan convertirse en «relato»-, la gestión, por buena que sea, se queda corta. Y son precisamente los intangibles lo que se echa a faltar en el Gobierno. Por obvio, no merece mencionarse el de su falta de cohesión interna, que, de tan larga y reiterada en sus manifestaciones, hiere la sensibilidad del ciudadano. No es del Gobierno de quien éste espera que se le añadan más incertidumbre e inseguridad a las que ya siente y de las que, si alguien pudiera darle refugio, sería precisamente el Gobierno. Demos, pues, éste por descontado y pasemos a otro elemento menos perceptible, pero mucho más relevante.
Entramos en terreno resbaladizo. Apelemos a la demoscopia para no desbarrar por exceso de subjetividad. Los sondeos coinciden en la ausencia de entusiasmo que el ciudadano siente cuando se le menciona este Gobierno. A la citada falta de cohesión se le suma, pues, otra de empatía y sintonía con el humor popular. Vive volcado sobre sí mismo, sobre sus tensiones y trifulcas, que acaban trasladadas a la sociedad. Si a Macron le sobraban en Francia, según por allá dicen, arrogancia y prepotencia, no es precisamente humildad y bonhomía de lo que ande sobrado este Gobierno. No está el ánimo de la gente -entre desencantado, resignado y enfadado- para triunfalismos, afanes publicitarios y sectarismos divisivos y polarizadores. Mejor, sosiego y sobriedad. Las medidas no van, pese a ello, acompañadas de modales que empaticen con este estado de ánimo. Y son quizá los modales los que, en los casos de Feijóo y Moreno, han suplido esa supuesta falta de medidas que se les achaca. Eso sería precisamente lo que el Gobierno debería hacerse mirar, con cuidado, por supuesto, de no traspasar la fina raya que separa popularidad de populismo y lo que se es de lo que se finge ser.