EL CONFIDENCIAL – 17/12/15 – IÑAKI ARTETA
· Hace unos días el viceconsejero de Interior del Gobierno Vasco, Josu Zubiaga, defendió durante su asistencia en París al homenaje a las víctimas del último atentado terrorista: «Todo es terrorismo, pero ETA trataba, entre comillas, de respetar el entorno general; pero esta gente no. Les da igual todo el que se encuentre delante y consideran su enemigo a todo el que no piense como ellos». Unos días después, para arreglarlo, dijo que a lo que se refería en realidad era a que «con ETA se podían establecer cuáles eran los colectivos con más riesgo», mientras que «los yihadistas están atacando no sólo a los que no piensan como ellos sino a la población en general». Trabajo fino el de ETA, según el viceconsejero.
Esta misma semana el metro de Bilbao lucía en los carteles de las estaciones un lazo negro con la bandera nacional francesa como solidaridad con las víctimas del atentado terrorista. Adivinen cuántos lazos de ese color y ese tamaño se colocaron en esas mismas estaciones mientras ETA asesinaba a tiros en las calles del entorno del suburbano bilbaíno.
Esta es la actitud, esta es la postura y estas son las pistas para entender qué se piensa por aquí arriba, norte de España, tras «el cese definitivo de la actividad armada de ETA». Cuando se nos pregunta: «¿Qué tal se vive por allí, ahora?», habríamos de responder que unos han pasado del temor a la tranquilidad y otros de la cobardía a la hipocresía. Conceptos estos últimos absolutamente compatibles en tiempo, lugar y persona.
Aflora la hipocresía como el dinero negro cuando se cambió de moneda.
Efectivamente, quedó atrás el vivir obsesionados con que alguien fuera asesinado en cualquier momento a la salida del portal de su casa. Lo que queda por delante tiene más de raro y de confusión que de esperanza en tiempos mejores. Aparte de la cuestión de la seguridad, la diferencia es escasa en cuanto a quién manda y seguirá mandando por aquí. No hay peligro democrático de que el nacionalismo («democrático») sea apeado del poder, por eso es de prever que con ello se mantengan, se consoliden, de forma más robusta sus principios culturales. Gusten o no, sean propios o inventados, nos parezcan impuestos o tolerados, están para quedarse. Lo políticamente correcto es lo nacionalista y se acabó.
En esa corrección política, a la que ya resulta tan natural y fácil aferrarse por estas tierras, está la de no hablar mucho del pasado de ETA o no hablar nunca jamás de ello. Esa es tarea delegada en exclusiva a Jonan Fernández y la ETB. Ellos van a impartir en dosis adecuadas, pero continuadas, el argumentario necesario y más que suficiente para entender lo que ha pasado y como mucho plantear una autocrítica de perfil bajo (todos hemos sido culpables) que no quite el sueño a nadie (no ha sido para tanto) pero proponga a algunos (sólo a unos pocos) abrazarse (siempre públicamente) con los que tuvieron «otras sensibilidades» respecto a la violencia. Es largo de explicar con detalle todo esto, pero resumámoslo: lo pasado, pasado, salvo que haya que hablar de la Guerra Civil.
Un dirigente abertzale se preguntaba hace poco: «¿Quién construirá el relato?»; se contestaba él mismo: «El que convenza». Y poder de convicción no les falta ante una ciudadanía dispuesta a recibir con la ya clásica sumisión la innovadora lección magistral sobre su propio y reciente pasado.
Se lleva hablando mucho de relato y memoria desde las instituciones españolas y en esa amplia parte de la ciudadanía que ha sido siempre sensible con las víctimas y contraria al ejercicio del terror, pero el relato hay que construirlo no tanto con palabras, que llegado un momento hasta sobran, sino con actuaciones materiales, estudios, libros, películas. Materiales que, utilizados públicamente por los medios masivos y a la vez en todo tipo de centros educativos, formen a las nuevas generaciones sobre un asunto muy susceptible de cubrirse con una capa de confusión y olvido imperdonable en una sociedad que pretenda ser sana y responsable con su historia.
Es urgente un relato perdurable que se sumerja con valentía en todos y cada uno de los rincones entre los que se escondió la amenaza, en los recovecos entre los que se nos introdujo el miedo en el cuerpo, en los abismos que creó el dolor injusto. Es urgente hablar de quién nos hizo temer, por qué y a quiénes.
En realidad, la versión de que hubo razones históricas para el asesinato sistemático y la persecución sólo la sostienen los que estuvieron en ello o fueron cómplices. Digamos que es la prueba del algodón para saber quién tuvo simpatías, conveniencias o complicidades con el ejercicio del terror.
Pero el negacionismo se puede intentar y hasta puede triunfar a nada que nos descuidemos.
Combatir todo esto requiere una estrategia sólida a medio plazo, una voluntad decidida que no sabemos si tienen nuestro dirigentes nacionales más allá de puntuales y testimoniales ejercicios de solidaridad con las víctimas. Si no se sabe por dónde empezar, conviene mirar más la ETB y observar cómo se van materializando los planes de Jonan Fernández bendecidos por Urkullu al respecto. No se trata en su caso de algo planeado con desgana, no. Se trata de una cuestión estratégica para el nacionalismo en general: salir indemnes de sus implicaciones ideológicas con el terrorismo y repartir la culpa. Cuando se les pregunta qué pasó y qué hay que hacer ahora, te dicen: «No pasó gran cosa y hay que mirar hacia delante». ¿Qué tenemos para contrarrestar todo esto?