“Criteria duplica su participación en Telefónica hasta el 5%, en plena ofensiva de la SEPI”. Con ligeras variantes, fue el titular que en la tarde del lunes inundó la primera página de casi todos los medios. Un anuncio sorprendente por varios motivos. En efecto, con el Gobierno Sánchez empeñado en renacionalizar la Compañía Telefónica Nacional de España fundada en abril de 1924 por la dictadura de Primo de Rivera, la iniciativa de la sociedad holding de Fundación La Caixa aumentando su participación en la operadora hasta el 5% y convirtiéndose de hecho en su primer accionista, sonaba a desafío puro. Pero ¿era aquello lo que parecía? ¿Es que Isidro Fainé, el último mohicano del trío formado no ha mucho por él mismo con César Alierta y Emilio Botín, había osado desafiar a Sánchez en un rasgo de gallardía, un gesto de valor, un alarde de coraje desconocido por estos lares, saliendo en defensa de un José María Álverez-Pallete cercado en la presidencia de Telefónica por las tropas de Moncloa? En un país “normal”, ese tópico que ahora persigue al honrado español de a pie como un fantasma, en un país con economía de libre mercado efectiva, esa hubiera sido la interpretación correcta: Fainé, accionista histórico de Telefónica, acudía en socorro de Pallete reforzando su posición al frente de la operadora y enviando al mercado un inequívoco mensaje de independencia: la voluntad de los gestores de la compañía y de su principal accionista de seguir su camino, desarrollar sus planes de negocio, recompensar a sus accionistas, y dar esquinazo al intento de asalto del Gobierno socialcomunista.
Eso hubiera sido lo lógico si el país dispusiera de una clase empresarial a la altura del desafío que enfrenta no ya la libre empresa, que va de suyo, sino esta pobre España que se desliza aceleradamente hacia un modelo de comunismo bolivariano estilo Caracas. Pero imaginar a Fainé lanzando un órdago a Pedro Sánchez es poco realista. El capo histórico de Caixa, el hombre que más poder –con la excepción quizá del propio Jordi Pujol– ha detentado nunca en Cataluña y quizá también en el resto de España, ejemplifica la rendición de nuestras élites financieras ante un “piernas”, un personaje muy menor en todos los sentidos. Hace menos de un año que Fainé, sometido al acoso permanente del socialismo, salvó el match ball que supuso el intento de Moncloa, a través de su marca blanca catalana, de apartarle del puente de mando del conglomerado Caixa. En aquel encuentro a tres bandas, Salvador Illa, Javier Solana y el propio Fainé, al catalán le llovieron promesas de honores en cadena, incluida la presidencia del Patronato del Museo del Prado, si accedía a echarse a un lado. Semanas atrás, el afectado ha renovado su mandato por cuatro años más al frente de la Fundación Caixa, y su primer objetivo es asegurar su continuidad en el primer plano al menos hasta 2028, dando esquinazo a los bajíos que amenazan la obra viva de un portaviones que ha despertado siempre el apetito más voraz por parte de una clase política tan corrupta como la catalana. Nada de lo que hace Fainé es gratis.
El hombre que más poder ha detentado nunca en Cataluña y quizá también en el resto de España, ejemplifica la rendición de nuestras élites financieras ante un “piernas”
Dice Le Clézio, Nobel de Literatura en 2008, que “el poder en Francia es un sistema muy abstracto, un sistema de casta, una casta política que tiene sus ideas y prejuicios totalmente formados”. El poder económico en España es un equilibrio inestable presidido por el miedo. Mediocridad y miedo. El único poder claro aquí se apellida Sánchez, un tipo que maneja el BOE a discreción, un pobre diablo desahogado, un simple sin más fundamento que su descaro. Eso es España hoy. No hay más. Es lo que tenemos. Un Fainé sensible a los pedidos de Moncloa y de su presidente, interesado por encima de todo en lo suyo, lo que implica adaptarse a los deseos de los otros, sobre todo si ese otro es el presidente del Gobierno. Es Fainé, pero es el propio Pallete, durante tanto tiempo encantado con la posibilidad de hacer footing por los jardines de Moncloa o bailar con lobos olvidando el riesgo de que el felino te meta un mordisco el día menos pensado. Es Ana Botín, una de las grandes fortunas españolas y la primera que se rindió a los encantos del sanchismo hasta el punto de convertirse en propagandista de sus ideologías basura. Es Carlos Torres, capo del BBVA, el otro accionista histórico de Telefónica, que también ha pactado con Sánchez. Es Sánchez Galán, el amo de Iberdrola, que también parece arrimarse al sol que más calienta, al punto de haberse alineado con las tesis de la ministra Ribera en su pelea con Repsol. Es Florentino Pérez, felipismo, sanchismo y lo que haga falta. Son los Entrecanales, esos progres irredentos encantados de que la izquierda les coma la oreja. En realidad son todos, con la excepción, quizá, de un Rafael del Pino que puso pies en Polvorosa, y de los dos millonarios periféricos, gente convencida de que regalando equipos médicos cumplen con un país a punto de perder sus libertades entre el sonoro silencio de los llamados a impedirlo. El silencio y el miedo. Todos rendidos ante Sánchez, todos jugando con el futuro de sus propias empresas, todos alineados –alienados- con florituras del tipo “responsabilidad social corporativa” pero en el fondo traicionando la obligación moral que tienen para con este gran país dejado al pairo por sus elites mendicantes.
De modo que no hay otra manera de juzgar el raid de CriteriaCaixa en el accionariado de Telefónica más que como un acuerdo a tres bandos entre Palma de Mallorca, el Distrito C y Moncloa, lo que equivale a decir entre Fainé, Pallete y Sánchez, acuerdo que incluye y santifica la entrada en paralelo del Estado, a través de SEPI (a punto de anunciar el aumento de su participación del 3% al 5%), lo que inevitablemente lleva a santificar la renacionalización de la compañía y la pérdida de su independencia. Hablar de que esta operación consolida la “españolidad” de Telefónica, poniéndola a sotavento de entradas agresivas como la protagonizada por la saudí STC, es una solemne tontería. Las grandes empresas españolas son de los grandes fondos de inversión, con BlackRock a la cabeza, y los saudíes son algo más que amigos, como demostró el espléndido cabezazo con el que nuestro Caudillito Wapo se humilló ante Mohamed bin Salmán en su reciente visita al país. ¿Qué sacó en claro España de esa casi rotura de cervicales? Nada, as usual, porque en caso contrario se sabría. El pedido de las fragatas sigue, de momento, en dique seco. Lo que parece obvio es que se habló de Telefónica, y de la posibilidad de que el terceto citado se convierta en cuarteto con la incorporación de STC. Fainé, Pallete, Sánchez y Bin Salmán, cuatro patas para un banco en equilibrio inestable.
Hablar de que esta operación consolida la “españolidad” de Telefónica, poniéndola a sotavento de entradas agresivas como la protagonizada por la saudí STC, es una solemne tontería
Los saudíes, que llevan nueve meses esperando que el Ejecutivo diga esta boca es mía sobre su pretendida toma de hasta el 9,9% de Telefónica, han sido apenas la excusa utilizada por Sánchez para llevar a cabo una de esas operaciones que desacreditan a cualquier gobierno mínimamente sensato, porque esa inversión, solo motivada por razones ideológicas y/o de pura y dura corrupción, se hace con deuda pública en un país ya muy endeudado, que corre un riesgo cierto de sufrir un shock de deuda en cuanto cambien las condiciones del mercado. Es posible que en Riad se haya hablado de una solución de compromiso consistente en limitar las participaciones individuales de Criteria, de SEPI y de STC al 5% (BBVA controla otro 5%), en cuyo caso Álvarez-Pallete podría no tener necesidad de aumentar el número de representantes en el Consejo de Administración de la operadora. Pero si tanto los saudíes como el Gobierno insisten en llegar al 10% (en cuyo caso CriteriaCaixa haría lo propio, tras sumar a su 5% el 2,5% que sigue en manos de CaixaBank), el de Telefónica no tendría más remedio que aumentar el número de asientos en su Consejo para otorgar representación en el mismo tanto a STC como al Estado.
Es verdad que, de facto, el Gobierno –que no el Estado- tiene desde hace tiempo un fiel representante en ese Consejo en la persona de ese singular personaje que es Javier de Paz. Días complicados los de este vallisoletano de nacimiento y palentino de adopción. Se da por descontado que el nombramiento de un nuevo consejero en representación de SEPI recaería en un hombre de la entera confianza de Sánchez (de hecho lo elegirá Sánchez), con lo que su papel como correveidile entre el Distrito C y Moncloa –también el grupo Prisa- perdería peso de forma alarmante, pudiendo incluso resultar ocioso. De Paz, amigo y hombre de confianza de Pallete para los “encargos”, está fuerte en Telefónica si Zapatero, su amo y señor, está fuerte en Moncloa, y de momento el ex presidente es el gurú de Sánchez, el hombre tras la mayoría de los dislates cometidos por este malhadado Gobierno. De Paz es, con todo, el eslabón débil en un Consejo compuesto por dominicales e independientes y donde solo él figura con el exótico título de “consejero externo” que es tanto como no decir nada. Una pieza a fungir en caso de que Pallete necesite ese sillón, razón por la cual el listísimo De Paz se ha mostrado en los últimos tiempos muy activo a la hora de recomendar la convocatoria de una Junta Extraordinaria con un único punto del orden del día: elevar de 15 a 17 el número de consejeros.
La influencia de Zapatero en Sánchez es tal que el zangolotino ha venido recomendando en los últimos meses tomar Telefónica al asalto mediante el expeditivo método de cortarle la cabeza a Pallete
La influencia de Zapatero en Sánchez es tal que el zangolotino ha venido recomendando en los últimos meses tomar Telefónica al asalto mediante el expeditivo método de cortarle la cabeza a Pallete. “Es ahora o nunca, presidente” susurraba a su oído, y lo extraordinario es que Sánchez no le haya hecho caso. Su plan consistía en entronizar a su pupilo De Paz en la presidencia no ejecutiva de la compañía, y en nombrar un consejero delegado encargado de llevar el día a día. El problema es que todos, o casi, están de acuerdo en que ese CEO no podría, no debería ser otro que el propio Pallete, el hombre que mejor conoce la industria en este país de lejos, un tipo ejemplar en tantas cosas lastrado por su miedo irredento a romper huevos, de modo que Pallete se ocuparía de que Telefónica no acabara como Correos, mientras Sánchez y su tropa se dedicarían a hacer política con la cuenta de resultados de la operadora. Una operación, la de conciliar esa presidencia no ejecutiva con Pallete de CEO, que chirría. Está por ver si la entrada de SEPI no supone un cambio en la presidencia. Ese sillón es un trofeo demasiado tentador para un sátrapa que no tiene amigos (al contrario de lo que piensa el propio Pallete) y que carece del menor sentido de Estado. Los candidatos están en los mentideros. Hay quien piensa que si Illa sale reforzado del envite de las catalanas, el PSC pugnará por llevar al Distrito C a Marc Murtra, actual presidente de Indra, con la misión de hacer realidad la fusión entre la operadora y la compañía tecnológica, una operación que pondría en manos de Sánchez y su Gobierno las telecomunicaciones (Telefónica) y el proceso electoral (Indra). Para echarse a temblar.
En la historia de Telefónica hay un antes y un después de la renacionaliación manu militari ordenada por Sánchez y su banda de atracadores. El sinsentido que supone la presencia del Estado en el accionariado de Telefónica, con Pallete pidiendo desregular el sector para poder competir en igualdad de condiciones con el resto de empresas, y con el regulador en la cocina, es una contradicción insalvable en términos de libre mercado (¿qué podrán hacer los competidores de Telefónica?) y una invitación al crimen, a ese tipo de chanchullos que tanto gustan a Sánchez y señora, la experta en llevárselo crudo (“fundrasing” en politiqués). Con dos socialistas sentados en el Consejo, poco podrá hacer Pallete que no sea seguir las directrices que le vengan marcadas por Moncloa, al dictado de esa pareja de portavoces. Ayer, alguien escribía que “lo único que no se comentó en la Junta del viernes fue lo más importante: ¿Qué va a hacer Pedro Sánchez?” No lo sabemos, pero lo intuimos. En realidad lo sabemos perfectamente. Lo mismo que hará con el Ibex, si los del “poder miedoso” se dejan. Lo primero que va a hacer es pedir información sobre los patrocinios de Telefónica a los medios. A los medios que no se arrastran ante Su Sanchidad. Le quedan por colonizar las cuatro cabeceras de internet –en realidad dos y media- declaradamente enemigas de la miseria socialista, y los cuatro jueces que siguen empeñados en enarbolar la bandera de la independencia judicial. Cuando acabe con ellos, como logre acabar con ellos, se habrá cerrado la última ventana de libertad de la que hemos dispuesto desde la muerte de Franco. Solo quedará la resignada aceptación de la tiranía o la emigración. Por eso es tan importante lo que ocurre en la calle Génova. Día tras día, el PP viene mostrando en sus actuaciones la ferviente voluntad de recuperar el status quo que presidió la transición, el entendimiento con el PSOE, como si aquí no hubiera pasado nada en los últimos veinte años. Y ha pasado de todo y por su orden. La transición está finiquitada. Y no hay posibilidad de construir con este PSOE ningún futuro que garantice paz y prosperidad. No hay acuerdo posible con un gángster y su banda. Hay rebelión democrática o servidumbre voluntaria.
Ah, sí, se me olvidaba: Y la Junta ¿qué…? Bien, gracias.