El capitán Lozano, fusilado por las tropas franquistas en 1936, se convirtió en icono de la memoria histórica en 2004, cuando su nieto José Luis invocó su nombre y su testamento en la primera investidura como presidente. Daremos un gran paso el día que el presidente tenga -y luzca con naturalidad- el árbol genealógico de sus dos abuelos, el mestizaje de las dos Españas.
Se acaba de cumplir un año de la primera visita presidencial a la localidad pacense de Alange, donde nació en 1893 su abuelo paterno, Juan Rodríguez Lozano. El capitán Lozano, fusilado por las tropas franquistas en agosto de 1936, se convirtió en icono de la memoria histórica el 15 de abril de 2004, cuando su nieto José Luis invocó su nombre y su testamento en el discurso de su primera investidura como presidente del Gobierno.
El presidente puso Alange en el mapa con una visita electoral que apenas duró media hora. Zapatero fue recibido con aplausos de los propios y abucheos de los ajenos, amén de una manifestación contra la construcción de una central térmica junto al municipio. El presidente es un gobernante tierno y afectuoso, que sobrelleva mal las expresiones de desamor de su pueblo. La visita quedó reducida a un acto en la Casa Consistorial y firma en el libro de oro del Ayuntamiento.
Era la primera vez que muchos españoles oíamos hablar de Alange. La segunda fue unos meses después, en una entrevista que el director de esta casa hizo al presidente el 8 de enero pasado, parte de la cual transcurrió durante un almuerzo en La Moncloa. El periodista observó que su interlocutor salaba el melón del postre: «¿Melón con sal? ¿Qué es eso, presidente?», a lo que responde: «Lo tomo siempre así. Es una costumbre de mi abuelo…». «¿De qué abuelo? ¿Del… famoso abuelo?». «Sí, del capitán Lozano. Me lo han contado mi abuela y mi padre… El era de un pueblo de Badajoz que se llama Alange, es una costumbre de allí. Tiene además un significado social. Como los pobres no podían tomar melón con jamón, lo tomaban con sal. Y está riquísimo».
Nada que oponer a que los gustos sean hereditarios, a que las leyes oscuras de la sangre nos lleven a observar con disciplina cartujana la dieta alimenticia de nuestros abuelos. El lehendakari Ibarretxe todavía sigue un consejo del suyo, exhortándole a andar por donde pisa el buey, sin reparar el hombre en que las cautelas de antaño para no hundirse en caminos embarrados son perfectamente prescindibles cuando las diputaciones se han encargado de asfaltarlos todos.
Tampoco es muy relevante que el presidente considere el melón como el paradigma de la lucha de clases, ni que desconociera el orden de los descubrimientos. La mezcla de lo dulce y lo salado es antigua en gastronomía, pero el melón con sal no es el quiero y no puedo de los pobres. Al contrario, fue una sofisticación de ricos añadir al melón una loncha de jamón, siempre de entrante, no de postre. Tampoco es, naturalmente, un localismo de Alange, pero no importa. El mundo entero es un Alange más grande, que habría dicho Miguel de Unamuno.
Ayer volvimos a oír hablar de Alange en un acto conmemorativo del rotundo triunfo electoral de Zapatero el pasado 9-M. Fue también un desagravio por lo del año pasado. Los ecologistas seguían protestando, pero pasaron desapercibidos, un Zapatero eufórico enunció su «Ich bin ein berliner»: «Siempre me sentiré un ciudadano de Alange», y el alcalde le regaló un árbol genealógico con los antecedentes familiares del abuelo políticamente correcto desde 1700.
Daremos un gran paso el día que el presidente tenga -y luzca con naturalidad- el árbol genealógico de sus dos abuelos, el mestizaje de las dos Españas que reivindicó el poeta bilbaíno Javier de Bengoechea: «Me están convirtiendo en dos/ a riesgo de ser ninguno./ En este Bilbao sitiado/ por el vasco neanderthal,/ mi sitio es el del artista,/ con un abuelo carlista/ y otro abuelo liberal».
Santiago González, EL MUNDO, 26/5/2008