Eduardo Uriarte Romero, 18/2/12
Existe, quizás, una cierta precipitación por parte de nuestros políticos por dejar en el pasado al cuidado de la memoria lo que sigue siendo el presente, quizás para que el pasado acabe en la nada.
En este año nuestras autoridades desean lanzar adelante un organismo, adobado por actos mensuales, que tenga el carácter de un memorial para celebrar la paz, cuando todavía en el presente la Audiencia Nacional sigue procesando a militantes de ETA que, la verdad sea dicha, no se muestran respetuosos con al institución democrática que les juzga. Pero casi, he de confesarlo, si ese monumento a la memoria sólo se queda en la nada no sería lo peor. En los últimos tiempos he acabado por creer en la ley de Murphy, si algo tiene que salir sale lo peor, y en el principio de Peter sobre la incompetencia de los gestores de lo público. Y no me digan que no estamos padeciendo suficientes hechos desgraciados que justifican este pesimismo.
Es evidente la precipitación. Falta que ETA sea un hecho del pasado. Faltan juzgar esos trescientos delitos cometidos, pero sobre todo falta la actitud que van a tener los recientes responsables de Interior del PP una vez que se aclaren con la situación actual caracterizada por el cese del terrorismo de ETA. Porque lo que estos se han encontrado en el ruedo de la política respecto a la organización terrorista es algo así como un toro a pleno galope aguijoneado por la euforia de los partidos que negociaron con ella, que necesitan ofrecer un fin feliz y maravilloso de lo que ha sido el gran triunfo de Bildu/Amaiur. Lo primero que tiene que hacer esos responsables es parar al toro, y luego empezar a tomar la iniciativa. Porque lo que actualmente expresan es un balbuceo preocupante ante tan extraña situación caracterizada por la debilidad de ETA y el llamativo triunfo electoral de sus seguidores. Demasiado pronto para memorias, primero hay que parar esta dinámica, al toro, y empezar la faena, pues en caso contrario los sucesores de ETA llegarán a Ajuriaenea en las próximas elecciones.
Y lo que falta, sobre todo, además del tiempo que lo cura todo, es la condena social del terrorismo, la condena de la generalidad de la sociedad del fenómeno maligno que se desea recordar para que no vuelva a repetirse, y la puesta en valor de las sangrantes consecuencias de ese fenómeno, que debieran ser las víctimas del terrorismo. Pero ni hay condena social ni mínimo acuerdo político, salvo que se considere tal uno que amalgama víctimas del terrorismo con las del GAL y con las policiales, que confunde víctimas y victimarios, para que al final el memorial sea puesto al servicio de la larga y heroica lucha del pueblo vasco en su conflicto con España protagonizada por la organización revolucionaria de liberación nacional llamada ETA. Que será probablemente lo que ocurra si ni siquiera nos dan tiempo para que pueda existir memoria. Porque la primera en ser sacrificada en este gozoso proceso del fin de la violencia de ETA está siendo la memoria.
Eduardo Uriarte Romero, 18/2/12