JUAN CARLOS VILORIA-El Correo

  • La oposición se afana en recordar lo que el poder intenta olvidar

Se dice que los españoles tienen memoria de pez. Y que la clase política es la gran beneficiada. Cierto. Los partidos y el Gobierno invierten una gran parte de su tiempo en difuminar el recuerdo de sus promesas incumplidas, borrar tuits, errores de gestión, episodios inmorales. Paradójicamente el discurso vigente no deja de ponderar el mantra de que hay que recordar el pasado para no volver a repetirlo. La memoria es un material sensible a la propaganda. Se pueden poner de rabiosa actualidad hechos de casi un siglo atrás mientras una capa de ‘actualidad’ sepulta lo inmediato si no es del gusto del poder. La política es una lucha constante entre memoria y olvido. Lo que el poder intenta olvidar la oposición se afana en recordar.

Ahora estamos en pleno pulso olvido-memoria con relación a los acontecimientos que llevaron al nacionalismo catalán a su máxima rebelión contra el Estado en 2017. Porque para indultar a los políticos presos hay que hacer un gran ejercicio de desmemoria e incluso de recreación de la historia. Si no, sería insoportable comparar a Junqueras con Mandela. O tratar de describir los acontecimientos del referéndum ilegal y el asedio a la Consejería de Economía como meros episodios de desorden público. Nadie quiere recordar al Pedro Sánchez que sentenciaba como rebelión, «sin duda alguna», aquella revuelta institucional; ni su promesa de que los presos cumplirían las penas hasta el último día. Nadie excepto la oposición que se ha citado en el centro de Madrid para enseñar la memoria del referéndum ilegal y unilateral y la fallida declaración de independencia desbordando la ley, la Constitución y a todos los poderes del Estado.

Esta batalla en la que se manejan emociones y memoria va a ser decisiva porque marcará el rumbo político (y electoral) de los próximos años. Perdón o revancha; memoria u olvido; generosidad o castigo. Pero donde la memoria no admite falsificaciones es cuando se trata de la muerte, el secuestro, el terror como programa político. No admite subterfugios como «las raíces del conflicto» o burladeros patrióticos imaginarios, o situarse delante del ‘Guernica’ para ‘entender’ la respuesta de ETA contra el franquismo.

La mentira política, la desmemoria, es parte del lenguaje de la casta. Pero es inmoral utilizarla para justificar victimarios y humillar a las víctimas. Así que se hacía necesario en el País Vasco levantar un Memorial a la verdad. De hormigón, para que las palabras no lo puedan erosionar y desfigurar. Lo único que falta en sus pulidas salas con fotos dramáticas y los recuerdos a todos los asesinados es quizás algo imposible de recrear: la fetidez del mal y el sabor del miedo.