Mezclas

ABC 16/02/14
JON JUARISTI

· La negativa de Azkuna a retirar del ayuntamiento los retratos de los alcaldes del franquismo es un gesto de valentía democrática

No he tenido el gusto –o el disgusto, quién sabe- de conocer al actual alcalde de Bilbao, que se estrenó en el cargo cuando yo andaba mudándome a Madrid, hace quince años. El doctor Iñaki Azkuna había sido previamente consejero de Sanidad en varios gobiernos sucesivos del lendakari Ardanza, pero tampoco me crucé nunca con él bajo ese avatar, de modo que no tengo motivo empírico alguno de simpatía o antipatía por el personaje. Monseñor Martínez Camino me contó que, durante una visita suya a Bilbao, Azkuna lo había recibido al grito de «¡pero cómo eres tan facha!». Al entonces obispo auxiliar de Madrid le había parecido un detalle simpático, un modo muy bilbaíno de romper el hielo. Lo era, posiblemente, aunque tuve que recomendarle que tomara precauciones en adelante, porque los de mi pueblo, ya en la Edad Media, se cargaban a los obispos de Calahorra y Armentia que se atrevían a entrar en Vizcaya sin pedir permiso.

Azkuna nació en Durango, siguiendo la tradicional costumbre bilbaína de nacer donde nos da la gana. Le ha tocado una época de relativo esplendor minimalista en una ciudad que ya no crece, pero que se las apaña bastante bien con sus museos, sus bares de pinchos, su Athletic lacrimoso, su mediocridad dorada y su aburrimiento globalizado. Es decir, con su recobrada felicidad doméstica tras varias décadas de terrorismo, desplome económico y droga dura. En este renacimiento urbano a base de franquicia arquitectónica, con sus calatravas desollados por las galernas polares, Iñaki Azkuna ofrece una figura municipal de indiscutible contundencia y dignidad.

Entre mis antepasados, cuento con una porrada de concejales bilbaínos y algún que otro teniente alcalde, y todos antes de Franco, pero es que a Azkuna no le ha hecho ninguna falta un pedigrí semejante a la hora de sostener la diversidad de la pequeña historia de Bilbao frente a los manipuladores del pasado. A los concejales de Bildu, que exigían la retirada de los retratos de los alcaldes del franquismo, les ha contestado, y muy bien, que no los moverá de donde están, en la galería que lleva al salón de plenos. Porque hay que respetar la Historia, en primer lugar, pero, además, porque quienes siguen apoyando a ETA no pueden dar a nadie lecciones de democracia.

«Bilbao es una mezcla, no sé si lo han entendido», les ha dicho el alcalde Azkuna. Exacto. Toda ciudad es una mezcla, incluso Bilbao. Un pasado mezclado y un presente mestizo. Yo terminé de entenderlo hace muy poco, el pasado miércoles por la noche, para ser exacto. Y en Bilbao, frente a la casa donde nací, en el Casco Viejo de la villa. Un forastero me preguntó cómo podría llegar a un hotel del Ensanche. Le estaba dando unas indicaciones someras, cuando una señora, con un magnífico acento latinoamericano, peruano o ecuatoriano, por más señas, intervino para corregirme y ofrecer una ruta alternativa más fácil. Tras un primer instante de irritación callé, pues comprendí que esa dama bilbaína, nacida en los Andes o en la costanera o donde le dio en su día la puñetera gana nacer, estaba mostrando el mismo orgullo cívico con el que mis antepasados liberales defendieron la invicta villa contra los antepasados carlistas de Azkuna, y que Bilbao es mucho más de ella y de su alcalde que de mí mismo, aunque yo viniera al mundo en el punto exacto de la calle donde estábamos. Una ciudad es de quien se la trabaja, la vive, la sufre, la ofrece hospitalariamente al viajero, y de quien preserva día a día su condición de espacio abierto a la mezcla y a la convivencia en libertad, por encima y en contra de todos los mitos nacionalistas, étnicos o genealógicos.