JUAN CARLOS GIRAUTA-EL DEBATE
  • Mi mema no encara su nueva etapa como un reto de gestión sino como una plataforma de activismo, que es lo suyo
Mónica García me tiene fascinado. Honni soit qui mal y pense. Mi fascinación remite a la ofuscación, digamos que me confunde en el sentido en que la noche confundía al olvidado Dinio, aquel capricho cubano de Marujita Díaz. El personaje da de sí, está pidiendo un perfilado. Conocedora del acrónimo que se ha convertido en su mote a partir de las palabras médica y madre, de las que tanto abusó en campaña electoral, se vino tan arriba al verse con una de las veintidós carteras del Gobierno de España, que nos invitó a ampliar su alias con el «mi» de ministra. Como si ser ministro de Sánchez valiera algo, como si fuera un timbre de orgullo. Uno pudo ser ministro de Rajoy, quien, pese a su inmovilidad (estuve a punto de preguntarle, en plan Cat Stevens «why do you sleep so still, Mariano?») valía cien veces más que Sánchez. Pero a Albert Rivera y su círculo fiel no nos parecía adecuado entrar en el Gobierno si no era con la presidencia. No creo que nadie encuentre similar desapego del poder en la historia democrática de España. Lo cuento para marcar distancias: algunos rechazamos ser ministros y otros venderían a su madre por serlo.
En el caso de García, a quien paso a complacer llamándola desde ahora Mi mema (ministra, médica y madre), ese venirse arriba por el cargo resulta algo excesivo teniendo en cuenta que su radio de acción se limita a Ceuta y Melilla. No más allá de las dos plazas se extienden sus competencias sanitarias. Luego está, sí, la capacidad de promover normas sobre convalidación de títulos, o una limitada regulación de las especialidades. Pero a nadie escapa que Mi mema no encara su nueva etapa como un reto de gestión sino como una plataforma de activismo, que es lo suyo. Ojo, el hecho de que haya nacido para el activismo no significa que logre nada en ese campo. De hecho, las movilizaciones que promovió contra la sanidad madrileña se tradujeron en una mayoría absoluta de Ayuso, su desigual antagonista.
Una de las distracciones que se nos hurta con el nuevo Gobierno multitudinario de Viva la gente es el semanal repaso de Ayuso a Mi mema cuando solo era mema. A veces daba un poco de pena, la presidenta parecía Isabel Abuso, pero entonces uno recordaba las malas artes de García, el posmarxismo laclaviano que representaba, ese dedito haciendo de pistola, y seguía disfrutando de aquellas sesiones de control sin remordimientos. Por pura vanidad, al incorporar el «mi» a su apodo, Mi mema se ha colocado solita bajo la lupa, obteniendo como resultado que ahora se hable de cómo retiene las llaves de su chalet irregular en una zona destinada a hospitales (el destino es bromista), de los dos sueldos que cobró y del contraste entre una médica que eludió los riesgos personales durante la pandemia mientras dos terceras partes de sus colegas se contagiaban, y no pocos morían, sirviendo al prójimo y honrando su profesión.