Cuando abandonó el Hemiciclo, apenas 28 minutos después del arranque de la sesión de control, ya una costumbre de la casa, Pedro Sánchez no había escuchado ni una sola vez la palabra Begoña. Tampoco la habría oído en el caso de haber soportado en su asiento el debate íntegro, como le obligan su cargo y su sueldo. Inopinadamente, nadie osó mentar por su nombre a la esposa del presidente en una mañana centrada en la corrupción. Apenas se deslizó referencia alguna a sus relaciones con la trama Koldo y Aldama, a sus reuniones con el propietario de Air Europa, la línea aérea rescatada por el Gobierno en decisión adoptada por un Consejo de Ministros presidido por el propio Sánchez.
Begoña Gómez de Sánchez ni siquiera fue la convidada de piedra en la desprolija matinal del enfurruñado Congreso. Tan sólo se apreció alguna referencia lejana, algún mensaje inconcreto sobre su irregular desarrollo profesional, que sembró el natural desconcierto entre la infantería parlamentaria de la derecha que esperaba mamporrazos y hasta algún hachazo. En especial, cuando Sánchez arrancó su intervención con una arremetida feroz contra Ayuso primero y contra el propio Feijóo, después. Una embestida plagada de bulos, diría su propio autor, un rosario de insidias con vocación de calumnias. Una letanía de afirmaciones gratuitas sin respaldo de pruebas ni ratificación judicial. Una perorata de rabia desatada, evidencia del estado de nervios en el grupo del Gobierno. Ayuso tapa Koldo, es la estrategia de Moncloa. El lunes fue 11-M; ahora, la lideresa de Sol. Una carrera enfebrecida hacia la nada.
«Le exijo que exija (sic) la dimisión de Díaz Ayuso, que tenga coraje, que sea valiente, aunque le cueste el puesto como a Casado». Tres veces le reclamó la defenestración de la presidenta, como un generalote al último recluta. A continuación, la referencia obligada a la foto ya amarillenta del barquiño con el narco, más tóxica y minuciosa que de costumbre, hilada esta vez en torno a un cuentito sobre la imaginaria amistad de un socialista con un capo de la mafia gallega, con el que comparte hotel, mesa, mantel, viaja a Canarias, a Ibiza, a Portugal y hasta a Andorra. «Con ese historia usted habría pedido mi dimisión, con ese historial usted ha llegado a la cúspide de su partido, en el PSOE no habría llegado ni a concejal de pueblo».
Una actitud muy extraña que movía a una reflexión: O en Génova cunde el pánico ante Begoña o, más taimadamente, no le va mal este viacrucis que le están infligiendo a la lideresa madrileña
Lejos de aferrarse al micro para asestarle una respuesta de las que tumban al oponente, Feijóo desgranó una letanía tímida, casi temerosa, como la del papá de Marty McFly cuando lo matonea el bravucón del cole en Regreso al futuro. «No me sorprendió su silencio cómplice cuando le dije que usted lo sabía y lo tapó. El que calla otorga». Habló de mordidas, chivatazos, fiestas sórdidas, armas, Delcy, trama Ábalos y… el rescate de Air Europa por cuyos despachos pululaba el comisionista del Ferrari. Es ahí cuando pareció entrar en materia, cuando se atisbó un reflejo en su colmillo derecho. «¿Por qué no ha respondido lo que solo usted puede contestar? Seguro que en su casa no están muy contentos con lo que le han escuchado. Esta es su trama de corrupción. Le están investigando a usted».
Se esperaba un tono punzante, luego de lo dicho la víspera en lo de Alsina. ¿Qué es lo que hay detrás, no sé pero desde luego huele mal. Quizás debemos denominarlo un conflicto de intereses al menos… la trama afecta al partido, al Gobierno y a la casa del presidente. Debe dar explicaciones». Esta es la clave. La casa. Ahí acertó Feijóo. Apuntando sin señalar. Con esa sutileza gallega no siempre fácil de calibrar. Ningún introito mejor para haberse adentrado este miércoles hasta las zahúrdas del secretismo presidencial, donde tantas cosas se ocultan, donde tantos episodios invitan a la sospecha. Donde el PP puede encontrar la pista hacia su victoria.
En efecto, todas las trompadas verbales fueron para Isabel Díaz Ayuso, que apenas recibió una palabra de aliento desde el grupo de sus siglas. Fue la sesión de control al Gobierno de Ayuso y se olvidaron de mencionar a la esposa del presidente. Por el lado de la derecha, sólo Abascal apuntó al rescate a Air Europa, una leve raspadura sin apenas dejar huella. El líder de Vox se perdió luego por Marruecos y los meandros de la amnistía.
Unos ministros erizados de ira, agresivos, peleones, enrabietados, como si estuvieran defendiendo el último palmo de firmeza antes de ser arrojados al abismo
Una actitud muy extraña que movía a una reflexión: O en Génova se ha instalado un respeto estratégico hacia Begoña o, más taimadamente, no le va mal este viacrucis que le están infligiendo a la lideresa madrileña. Cabe una tercera variante. Se daba por hecho que al exigir Sánchez la renuncia de Ayuso, estaba entregando la suya propia con el avance de las pesquisas sobre su esposa.
Los espadas más punzantes y certeros del PP, Miguel Tellado y Cayetana Álvarez de Toledo, se mostraron algo romos en esta ocasión. El jefe de filas del grupo se exhibió implacable con Francina Armengol, a la que le espetó, a voz en grito: «Usted mancha esta institución, no debería estar aquí». Cayetana cerró su inteligente monólogo dirigido a Pilar Alegría, con una frase de columnista brillante: «Son ustedes un bulo, envuelto en un embuste dentro de una trola». La ‘hábil salidilla’, que se dice en el oficio.
El resto de la alineación pepera, Cuca, Bendodo, Bravo, Conde y algún otro, interpeló con galbana a unos ministros erizados de ira, agresivos, peleones, enrabietados, como si estuvieran defendiendo el último palmo de firmeza antes de ser arrojados al abismo. Hasta Margarita Robles, tan comedida y prudente en sus actuaciones parlamentarias, se sumó al trasiego destemplado de invectivas desafinadas bien respondido por Borja Semper. «Usted estará orgullosa de nuestras Fuerzas Armadas, pero las Fuerzas Armadas no están orgullosas de usted». Touchée.
En vísperas de la aprobación de la amnistía y en pleno vendaval del saqueo de lo público por la trama Ábalos y sus interminables compinches, el principal partido de la oposición no acertó en apuntar sus dardos hacia el talón de Aquiles que, desde hace tres semanas, tiene al aire el gran narciso del progreso y que, a lo que se ve, hasta la oposición se resiste a mentar su nombre. Se llama Begoña y la huyen, como quien siente la cercanía de un cuchillo en la garganta. Es difícil ganar la guerra si ni siquiera se pelea en la batalla. O se trata quizás de una estrategia envolvente (incluida la denuncia de la dona de Moncloa ante el conflicto de intereses) para animar a que el protagonista de la farsa cave su propia tumba.