JUAN CARLOS GIRAUTA-EL DEBATE
  • La inteligencia artificial ha llegado muy lejos, y las prevenciones que ahora exhiben los nuevos luditas desaparecerán como desapareció el purismo que acabó con Milli Vanilli

Ustedes recordarán al dúo Milli Vanilli. Si no es así, les felicito por su juventud, les animo a llevar una vida decente y provechosa y les invito a indagar acerca del fenómeno que pronto merecerá película y que conmovió la música hace más de treinta años. Cómo pasa el tiempo. Disculpen. Intento concentrarme en lo que cuento, pero se me aparece Begoña Gómez por culpa de Ussía, que me ha contagiado el trastorno. Estoy con cualquier cosa y ¡zas! ¡Begoña Gómez! Déjame escribir tranquilo, Begoña Gómez. Alfonso, esta me la pagas.

Es el caso que aquellos dos jóvenes vistosos, de aspecto minuciosamente diseñado, no cantaban, solo movían la boca. Un poco como Sánchez y sus obras completas. ¡Abandona mi pensamiento, Begoña Gómez! Fallecido por sobredosis uno de los dos incomprendidos mimos, el superviviente ha formulado una queja justa:
«Ahora puedes meterte en un estudio media hora, cantar peor que una mierda y luego el autotune hace que suenes genial. ¿Cuál es la diferencia con lo que hizo Milli Vanilli? Vale, nosotros no cantábamos, pero si una máquina hace que no tengas que entonar… es lo mismo. Hoy, si tienes el físico adecuado pero no sabes cantar puedes ser una estrella del pop igualmente».
Tiene toda la razón del mundo. El autotune es un insulto a los que cantamos bien (modestia aparte), pero ahí está, detrás de la mayoría de grandes éxitos contemporáneos.
¿Qué hacer con las innovaciones? ¿Destruirlas? No somos luditas. Frente al ludismo antimáquina, ludismo literal, ludismo de juego, de gozo y alborozo. Disfrutemos lo que el mundo nos va trayendo. Largo, Begoña Gómez. Tengo que hablar contigo, Alfonso, te harás cargo de la mitad del tratamiento, la culpa es tuya por escribir así, uno no lee tus columnas, cae atrapado en ellas. A lo que iba: si el público ha llegado a aceptar el autotune es porque valora más una imagen que una voz. Quieren que la imagen que les gusta sea la que canta, y si no sabe, igualdad, digo igual da. ¿Por qué no íbamos a extender esta nueva convención social, con la primacía del canon estético mayoritario, encargándole la verdadera gestión a un cantante real que permanece oculto, o a una máquina? ¿Ven por dónde voy? ¡Basta, Begoña Gómez!
Está claro que en España gusta la gente alta, como el Rey, o Rajoy, o Sánchez. Vale. Está claro que la estética, o mejor, la actitud de maniquí de El Corte Inglés, es la preferida; ahí están Zapatero y, de nuevo, Sánchez para demostrarlo. De acuerdo. La inteligencia artificial ha llegado muy lejos, y las prevenciones que ahora exhiben los nuevos luditas desaparecerán como desapareció el purismo que acabó con Milli Vanilli. Suma dos más dos: lo que quiere la España, ejem, menos… exigente… es a Sánchez. Y lo que quiere Sánchez es ostentación, signos externos de poder. Quédese pues con ellos (oye, Begoña Gómez…), a cambio de mover los labios. El contenido se lo confiamos a una IA, que al menos es I.